Por SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA*
Disculpe que la interrumpa. Es que al descubrirla a usted, frente a mi mirada, me resulta imposible resistir el impulso de preguntarle cómo es el beso de una dama.
Es, quizá, simple curiosidad, o tal vez, creo, el deseo de recibir un ósculo de usted, con algo del mundo y del cielo, mezcla digna de la fórmula del amor.
El beso de una dama es, parece, fragmento y sabor del paraíso, trozo de dos -hay un caballero para ella-, eco celeste. Una dama, pienso, besa con ternura, simplemente como la flor blanca y enamorada que comparte la pureza de su esencia; aunque en ocasiones sea igual a la hierba silvestre que el viento agita al soplar desde algún rincón secreto.
El beso de una dama -intuyo- trae consigo los sabores del paraíso, los condimentos del infinito, la sazón de la arcilla y de la esencia.
El beso de una dama no traiciona ni se malbarata en fracturas para uno y otro; es, sencillamente, un acto fiel, algo que ella obsequia a alguien especial, a un caballero que dispersa pétalos de flores a su paso. Es un suspiro que se da, un poema aún no escrito, una nota musical.
El beso de una dama es la corriente diáfana en un remanso apacible y el mar impetuoso una mañana, una tarde o una noche de tormenta.
El beso de una dama es, supongo, la receta de Dios que ella trae al mundo, con sabor a corriente etérea y a barro, con el encanto del amor.