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¿Ángeles guardianes? Por Paco López Mejía

¿ÁNGELES GUARDIANES…?

Por PACO LÓPEZ MEJÍA *

Este relato será breve. Hace unas semanas, en uno de los llamados “Cabos sueltos”, me referí a un compañero que tuve en un curso de naturismo que tomé hace varios años; compañero con el que hice buena amistad, él vivía unos meses en una ciudad de Michoacán, de donde era originario, y otros meses en una de Guanajuato. Su interés en el naturismo se orientaba, sobre todo, hacia las propiedades energéticas y esotéricas de las plantas y a cuestiones relacionadas con las “malas artes” como él se refería a la brujería, por lo que sus intervenciones siempre llamaban la atención. Un día a una pregunta inesperada de un maestro de origen español, afirmó que su animal de poder era la liebre… así que todos empezamos a conocerlo como El Chamán.

El Chamán trabajaba por temporadas en una fábrica de cerámica, razón por la que vivía unos meses en Guanajuato, pero su trabajo principal, tanto en Guanajuato como en Michoacán, era… La brujería… Bueno, según decía, se dedicaba a combatir los “daños” causados a las personas por medio de esos “artificios”, aunque también tenía amplios conocimientos de herbolaria.

El Chamán llegaba a la ciudad de México los viernes muy temprano, para alcanzar a hacer algunas compras en el Mercado de Sonora, que prácticamente está “especializado” en plantas curativas y objetos relacionados con la brujería, y como también era aficionado a la fotografía, después de que le informé dónde podía hacerlo, ocasionalmente aprovechaba para comprar y dejar a revelar sus rollos.

Él se alojaba en el departamento de otro compañero que era un médico homeópata un tanto excéntrico, que había estudiado en Guadalajara y había vivido en varias ciudades, entre ellas, un tiempo en Morelia, ciudad a la que conocía bastante bien, y donde le pasó un hecho “curioso”, como él decía y que, tal vez, en otra ocasión les platique.

El doctor, como le llamábamos todos, vivía y tenía su consultorio en un edificio antiguo –que casi se caía- del centro del Distrito Federal, y había conocido a El Chamán en un curso que ambos habían tomado tiempo atrás. El propio doctor corroboró lo que les voy a relatar.

Como lo he apuntado, en una ocasión le informé a El Chamán que en la calle de Donceles podría encontrar tiendas y laboratorios de fotografía, pero también le advertí que debería ir los viernes en la mañana, cuando llegara a la ciudad, porque los sábados todos los negocios cerraban temprano, y le dije que a mi no me gustaba andar por esas calles cuando ya empieza a oscurecer; sin embargo, el doctor, acostumbrado al centro de la ciudad, nos dijo: “No pasa nada, yo conozco bien el centro…”

Pues bien, ese mismo fin de semana, después de salir del curso, el sábado cerca de las ocho de la noche, me invitaron a ir a la calle de Donceles, pero les dije que ya no iban a encontrar ningún negocio abierto, además que mí casa quedaba algo lejos. Según ellos, solo iban para que El Chamán supiera cómo llegar a esa calle…

Pues bien, los dos amigos abordaron el metro con rumbo al centro de la ciudad, mientras yo lo hice en sentido contrario…

El Chamán llevaba un morral de cuero que siempre usaba y el doctor un ligero portafolios…

Descendieron en la estación del Zócalo y salieron junto a la Catedral Metropolitana; caminaron platicando muy tranquilos… había poca gente en los alrededores del Zócalo… caminaron por la banqueta de la Catedral, sin prisas, platicando tranquilamente mientras el doctor le daba algunas indicaciones a nuestro amigo, para que pudiera llegar sin contratiempos cuando quisiera ir a los establecimientos de fotografía. Obviamente, el doctor conocía bien el rumbo, pues además de vivir en el centro, en la calle de atrás de la Catedral adquiría todo lo necesario para su consultorio. Caminaron por la pobremente iluminada acera de alrededor del atrio… después, por la calle de Brasil y el doctor, conociendo las aficiones de su compañero, le dijo: “Te voy a decir por dónde cuentan que se aparece una mujer con vestimenta antigua…”

-Ja, ja, ja…Yo no creo en fantasmas, creo en los vivos…y en los brujos…- respondió El Chamán…

Casi a media cuadra antes de llegar a Donceles, por atrás de ellos… “¡Pash… pash… pash… y… tsshh… tsshhh… tsshhh…!” ¡Unos pasos claros, fuertes, junto a otros pasos apenas audibles….!

Los dos voltearon de inmediato… ¡Nada…! La calle luminada con unas luces amarillentas que le daban –y le dan- un toque mortecino y lúgubre, se encontraba desierta… Se miraron uno a otro… siguieron caminando y ¡Otra vez…! “¡Pash… pash… pash… y… tsshh… tsshhh… tsshhh…!” Aquellos pasos que parecían de dos personas… unos fuertes, otros suaves, casi como si se arrastraran… Nuevamente voltearon hacia atrás y la calle seguía vacía, solitaria… triste…

Sin decir nada, apresuraron el paso, vieron que en la esquina de la acera de enfrente estaba todavía un puesto de dulces…y en eso, de la esquina del lado por donde iban, salieron dos tipos malencarados, uno de ellos con una navaja en la mano… “¡El morral!” Gritó el de la navaja, mientras el otro estiraba la mano hacia el portafolios del doctor, quien instintivamente lo pegó a su cuerpo…

“¡Pash… pash… pash… y… tsshh… tsshhh… tsshhh…!”… ¡Los pasos…! Y aquellos delincuentes vieron hacia atrás de los dos amigos, abrieron desmesuradamente los ojos, gritaron alguna obscenidad y salieron corriendo para internarse por la calle de Donceles… “Hacia el lado donde sale el fantasma de la mujer” –me dijo el doctor-.

Los dos amigos voltearon hacia atrás, pensando que tal vez viniera algún policía… ¡Pero no había nadie…!

Cruzaron la calle, casi corriendo hacia el otro lado, y se detuvieron junto al puesto de dulces en donde estaba una señora que lo había visto todo…

-¿No les hicieron nada? ¿Y los que venían con ustedes…?- Preguntó de inmediato la comerciante…

-Venimos solos, no venía nadie con nosotros…- Contestó uno de ellos…

– ¿Cómo no…?- exclamó la comerciante casi gritando – ¡Atrás de ustedes venía un señor alto, vestido de negro y una niña con un vestido largo, azul… ampón…!- Aseguró la señora mientras se santiguaba y les regalaba unos caramelos “para el susto”…

En fin, mis compañeros se regresaron por donde habían llegado, sin poder explicarse lo sucedido… y sin que El Chamán pudiera recorrer la antigua calle de Donceles, llena de tantas historias y leyendas…

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  • Paco López Mejía. Es abogado por la UNAM. Orgullosamente moreliano, apasionado de su ciudad, historia, misterios y leyendas. Le gusta poner en práctica la magia y la fotografía.

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