Por PACO LÓPEZ MEJÍA *
Los hechos que ahora narro, tal vez conocidos ya por algunos miembros de los más antiguos de nuestro grupo, me fueron recordados hace poco más de un año, en una ocasión en que nos reunimos en nuestra querida Morelia los ocho hermanos; inspirados en los viernes de terror de nuestro grupo, decidimos hacer una noche de relatos de terror y entre bromas y narraciones recordamos algunos hechos que se encontraban “traspapelados” en la memoria de algunos de nosotros. La protagonista de este caso, ocurrido hace algunas décadas, desgraciadamente se nos ha adelantado hace tiempo en el viaje inevitable, pero siempre, siempre, sostuvo lo que ahora narro…
Invitados por Jaime a conocer Morelia, arribaron a nuestra ciudad varios estudiantes universitarios. Todos estudiaban psicología y, seguramente por sus científicos estudios, las advertencias del anfitrión en el sentido de que en la casa de sus tías asustaban, sólo provocaban bromas, comentarios irónicos y sonrisitas condescendientes.
Sin embargo, bajo el pretexto de que eran varios y no querían causar molestias, decidieron hospedarse en un céntrico hotel… A veces pienso: ¿Sería por eso que no quisieron hospedarse en la casa? ¿Sería para poder admirar a todas horas nuestro centro histórico…? ¿o sería… simplemente… miedo…?
Creo que era esto último, pues todos por una u otra razón, posponían la visita por la noche a la casa de las tías, aunque ya habían ido a visitarlas de día…
Entre aquel alegre grupo se encontraba Paty, quien declaraba valientemente que “no creía en esas cosas…”, y menos cuando ya había visitado a las tías en el día; por tanto, al anochecer del primer día de estancia en Morelia, ella sí decidió ir a saludar a las tías de Jaime y, de paso, ver la casa de noche para demostrar que no pasaba nada…
… A veces pienso: ¿Porqué sólo ella…? ¿Casualidad… o… así estaba dispuesto…?
Poco después de las nueve de la noche, llegaron a la casa: –Espérame- dijo Jaime –voy a ver si están despiertas mis tías…
Abrió la puerta, penetró en el largo y oscuro pasillo y llegó al pequeño recibidor que había en el otro extremo… ¡Qué raro…! Las tías estaban sentadas en el recibidor, tranquilamente, platicando… Raro, pues a esa hora ya deberían estar disponiéndose a dormir… Raro, pues cuando se quedaban un rato platicando, lo hacían en el comedor… Raro… el frío que sintió Jaime, que habitualmente no se sentía en ese lugar y que, sorprendentemente, no parecían sentirlo ellas…
Aquel espacio que hacía las veces de recibidor, tenía al fondo, exactamente frente a la entrada de la casa, una puerta que daba al pequeño comedor; a la izquierda de ésta, otra puerta de madera que daba acceso a un patiecito y un poco más a la izquierda, a una altura aproximada de dos metros y medio, una ventanita que dejaba pasar la luz del día y que, por fuera, coincidía con el primer descanso de la escalera que llevaba a los pisos superiores. Ya en el techo sostenido por vigas, en la esquina próxima a esa ventanita, sobresalían dos gruesos tornillos que nunca habíamos sabido –ni preguntábamos- para qué servían o para qué habían sido puestos allí…
Pero… habíamos dejado a Paty esperando en la puerta de la casa… curiosa, se asomaba hacia el oscuro pasillo y veía en el escasamente iluminado recibidor a una de las tías –la otra no se alcanzaba a ver- platicando con Jaime, quien había saludado a sus tías y les había dicho que Paty quería saludarlas, le llamó: -¡Pásate, aquí están mis tías…!
Ella, con todo el valor que había presumido y que la había llevado esa noche a la casa, traspuso la puerta, volteó para cerrarla con suavidad y, con un leve estremecimiento recordó que su anfitrión había platicado lo que habían visto varias personas –él entre ellas- en el pasillo “¡Vaya…! Esos son cuentos…!” Pensó y empezó a caminar suavemente, como se camina en una casa de personas mayores, pasó por la reja de herrería siempre abierta… ya había pasado por donde, según esos cuentos, se veía a … ¡Nada! Sonrió levemente…
Iba a ascender el escalón para llegar al recibidor… “-Buenas no…” empezó a decir, pero no terminó el saludo… se quedó petrificada… veía sin parpadear hacia la parte de arriba de la esquina aquella de los tornillos en el techo…
¡Ahí estaba aquello…!
…En la esquina… ¡Una escalera de caracol que no había visto en el día, y en los peldaños de arriba un hombre horrible, alto, con barba de candado puntiaguda… vestido de negro que la miraba fijamente… como llamándola hacia donde él se encontraba, llamándola solo con la fría y terrorífica mirada… y un leve movimiento de su mano…!
Paty se resistía, quería ir, pero no podía… no quería verlo ¡pero no podía dejar de hacerlo! En forma inconsciente se dio cuenta de que aquello no era normal… que aquello chocaba con su convencimiento de que todo eran cuentos…
Su blanca tez palideció notablemente… los ojos casi desorbitados… dos lágrimas rodaron por sus mejillas…
Jaime corrió hacia ella y la sostuvo cuando estaba a punto de caer, la llevó hasta la puerta de la casa… la sacudió enérgicamente y Paty se soltó de sus manos, y corrió desesperada –sin conocer la ciudad- a la esquina del Prendimiento y dio la vuelta con rumbo a la Soterraña… Jaime corrió tras ella y cuando la alcanzó poco a poco la fue tranquilizando, para después acompañarla a su hotel y escuchar de su voz temblorosa lo ya narrado…
Al día siguiente, Jaime platicó con las tías que no salían de su asombro ante el extraño comportamiento de la chica… Una de ellas con toda tranquilidad, le señaló los gruesos tornillos que sobresalían del techo… “-Ahí, tu abuelito pensó poner una escalera de caracol, pero nunca lo hizo, porque decidió poner la escalera del patio…”
Días después, pese a lo que su formación universitaria le dictaba, Paty afirmaba –y siempre lo hizo- que había visto… ¡Al diablo…!
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- Paco López Mejía. Es abogado por la UNAM. Orgullosamente moreliano, apasionado de su ciudad, historia, misterios y leyendas. Le gusta poner en práctica la magia y la fotografía.