Por PACO LÓPEZ MEJÍA
Tratando de recordar algunos otros eventos sorprendentes para compartirlos en nuestro grupo, me he encontrado con lo que llamo “Cabos sueltos”; es decir, hechos que son extraordinarios o por lo menos inexplicables, pero que por sí solos “no dan” el suficiente material para hacer un relato en forma tal que sea digno de todos ustedes. Sin embargo, creo que puede resultar interesante referirlos:
1.-Hace mucho tiempo, la familia vivía en la colonia Ventura Puente, precisamente en la calle Río Pánuco y en la última cuadra –todavía sin pavimentar- antes del Río Grande… Más allá se encontraba la que llamábamos “La Alameda”, una gran zona arbolada en donde ahora se encuentra el Zoológico.
Como podrán imaginarse, había un gran número de chiquillos jugando en la calle como en todas las de esa época de poco tráfico vehicular, y más aún en esa cuadra, en la que pocos vehículos de motor circulaban… Había que cuidarse más de los burros y mulas propiedad de algunos vecinos que se dedicaban a vender por las calles “tierra de encino”…
Pues bien, en medio de esa tranquilidad, de pronto corrió el rumor de que por las noches se veía algo raro en las márgenes del río, del lado de la “Alameda”. Como podrá comprenderse, los niños de la familia teníamos prohibido acercarnos a las orillas del río, pero el rumor, en unos cuantos días, fue creciendo; varios niños con los que jugábamos y que ya tenían más tiempo viviendo por allí, ya habían ido en la noche a ver aquello y a veces, por las noches, a eso de las nueve o diez, llegaba hasta nuestra casa el griterío de la gente curiosa…
En fin, una noche, desde luego sin avisarle a mamá, me fui con varios niños a la orilla del rio, en donde ya se había reunido un grupo de curiosos, a ver lo que allí “aparecía”. Estuvimos un buen rato sin ver nada y de pronto… “¡Allí está…!” –gritó alguien- “¡Ya se movió!” -gritó otro más- “¡Ya viene…!”
Y… efectivamente… en la margen opuesta del río, había algo blanco que se movía de un lado para otro, a veces lentamente, pero de pronto lo hacía a gran velocidad… Hubo vecinos que decían que era un conejo, otros más aseguraban que era un chivo; pero su tamaño –según mis infantiles apreciaciones- era muy superior a cualquiera de estos mamíferos además que parecía tener una forma más vertical que horizontal…
Yo estaba como hipnotizado viendo las evoluciones de esa forma blanca… de pronto alguien gritó “¡Viene para acá…!” y salimos corriendo niños y adultos…
Dos o tres veces más acudí a ver “aquello”… y sin que nadie supiera a ciencia cierta qué era, dejó de mostrarse… Nunca supimos qué fue y todo quedó en el recuerdo como una anécdota más de mi niñez en Morelia… Aunque muchos años después, lo relacioné con algo que me contó un cliente del Restaurant Julián, y que seguramente relataré en otro viernes de suspenso…
2.- Mucho tiempo después, cuando mi familia emigró al Distrito Federal, me quedé a concluir la Preparatoria, viviendo en casa de mis queridas tías en las calles de Abasolo… Era un jovenzuelo flaco y greñudo –características que ya también son solo un recuerdo-, y compartía una gran recámara con uno de mis primos, con el que siempre tuve una magnífica relación, y quien también estudiaba la “prepa” en Morelia (este primo también vio en dos o tres ocasiones a la “viejita” que vio mi hermano Jaime en el pasillo de la casa, como ya lo relaté hace unas semanas).
En esa recámara, había un bonito ropero de madera que tenía en la puerta del centro un reloj, mismo que se había quedado atrapado en el tiempo: ¡ya no servía…!
Regularmente nos dormíamos entre las once y las doce de la noche, con excepción de los viernes y sábados, en que yo me iba a sustituir a mi tía en el Restaurant y mi primo generalmente viajaba a su ciudad natal…
Sin embargo, se llegó una temporada de exámenes y como todos los “buenos estudiantes”, decidimos estudiar por la noche… Entre breves pláticas y chistes, estuvimos estudiando…
Se acercaban las dos de la mañana y todo tranquilo… Mi tía encargada del Restaurant todavía no llegaba pues el establecimiento se cerraba a las dos y media o tres de la mañana… Las dos… “¡TOC… TOC… TOC…!”
¡Tres sonoros golpes se escucharon en el ropero…! ¡Parecían provenir del interior…! ¡Como si alguien estuviera tocando por dentro…!
Mi primo y yo pegamos un salto y volteamos a ver el ropero… esperamos… y ¡Nada…! No volvió a ocurrir nada… Abrimos las puertas del ropero con cierto temor y no encontramos nada raro… Decidimos volver a nuestros libros hasta que llegó mi tía, sin que ocurriera nada más…
Mi primo que sabía bastante de relojería, al día siguiente revisó el reloj y no encontró nada que hubiera podido producir esos sonidos…
Esto ocurrió otras veces, al grado de que tiempo después, con otros jóvenes estudiantes que llegaron a vivir ahí y que no nos creían, nos quedamos despiertos -esperando que sucediera, pues algunas noches no pasaba nada-, y como si el ropero se estuviera “luciendo”… a las dos de la mañana…”¡TOC…TOC…TOC…!” Como si alguien estuviera atrapado dentro del ropero… igual… igual que el reloj que se quedó atrapado en el tiempo…
Antes de continuar con otro “cabo suelto”, debo adelantar que mi primo, al que me he referido, vivió con nosotros en el Distrito Federal durante el tiempo en que cursó sus estudios universitarios, y en una casa en la que vivimos un corto tiempo, tuvo un tremendo susto, mismo que contaré en otra oportunidad…
3.- Ya en el Distrito Federal, vivíamos en una unidad habitacional nueva, y en varias ocasiones se produjeron hechos raros, pero lo que más recuerdo es el de una vez en que estando en una de las recámaras con mi papá (que seguramente lee esto desde el cielo), de pronto oímos un ruido tremendo, que provenía, al parecer, de la cocina, como si se hubiera caído una alacena o algo similar… Corrimos a ver qué era y… ¡Nada! ¡Todo estaba en orden! Tocamos en el departamento de al lado para preguntar si les había ocurrido algo, y el vecino (muy buen amigo) nos dijo que él también había escuchado ese ruido, pero que no había pasado nada. En fin, preguntamos en otros departamentos y algunos vecinos lo escucharon, otros no, pero en ningún lugar había ocurrido nada que lo produjera…
A ese departamento, llegaba una vez por semana o cada dos semanas, una señora a ayudarle a mi mamá; dicha señora prestaba sus servicios domésticos en varios departamentos de la unidad; cierta vez, por la tarde, estaba la señora lavando trastes, cuando escuchamos que se le había quebrado una taza o un vaso, fui a ver y sobre la tarja del fregadero, había un montón de pequeños trozos de vidrio de menos de un centímetro cada uno, de una taza color ámbar bastante gruesa a los que les estaba echando agua; le pregunté y me dijo “ya me ha pasado otras veces, un vaso o una taza se estrellan de pronto y una patrona me dijo que le echara agua, porque es cosa del diablo…”
Curiosamente, en esa unidad habitacional que, como dije, era nueva, en varios departamentos, en estacionamientos y en algunos edificios sucedían cosas extrañas, por ejemplo, elevadores que llegaban a un piso sin que nadie los llamara y sin ningún ocupante adentro; luces de edificios que se encendían sin intervención de ningún vecino, murciélagos que visitaban recurrentemente un solo departamento, etc., y hace poco tiempo, en un viaje a Morelia, viajó con nosotros un joven que casualmente vive en esa unidad y en la conversación surgió el tema y nos platicó que en su departamento hay un ocupante… ¡Que no paga su parte de la renta…! ¡Una sombra que varios de ellos, solos o acompañados, han visto…!
Pues bien, estos son algunos de los “cabos sueltos”; cosas curiosas, extrañas, inexplicables, que no obstante, resultan insuficientes para armar por si solas un relato en forma. En alguno de los próximos viernes de suspenso, narraré otros “cabos sueltos” que he ido recordando…
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- Paco López Mejía. Es abogado por la UNAM. Orgullosamente moreliano, apasionado de su ciudad, historia, misterios y leyendas. Le gusta poner en práctica la magia y la fotografía.