Por SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA*
¿Quién asoma al reloj y saluda a los instantes escondidos entre las manecillas y el engranaje, si parecen tan diminutos e insignificantes para una generación interesada más en las apariencias y en las superficialidades que en los detalles y en las profundidades del ser?
¿Quién a los minutos tan presurosos, si todos desean horas, días y años prolongados? ¿Quién camina entre los segundos y los minutos, alegre y enamorado, si todos pretenden la compañía de horas de apariencia perdurable? ¿Alguien se atreve a visitar la estación vieja y empolvada antes de que los momentos aborden los furgones y partan a destinos inciertos?
¿Alguno se atreve a mirar de frente la carátula del tiempo con la idea de coexistir con los segundos? Para disfrutar un amor, algún paseo, una reunión familiar o de amigos, la mayoría desea que el tiempo sea elástico y se extienda indefinidamente, mientras en sus dolores, problemas y tristezas pretenden que adormezca y se acorte; sin embargo, es indiferente, ajeno a sentimentalismos y proyectos e intereses humanos.
La caminata de las manecillas es imperturbable. No se doblegan ante las noches de tormenta ni a las tardes nevadas. Los minutos son los mismos una mañana soleada, una tarde lluviosa o una noche helada y solitaria. La conciencia del tiempo suele cambiar en los períodos alegres y favorables y en las etapas críticas y negativas; no obstante, su compás es el mismo. Es inalterable y solamente es medido, en este plano, por el ser humano.
El instante del nacimiento es igual al de la muerte. Si alguno -tú, yo, nosotros, ustedes, ellos- se atreviera, al menos, a asomar a los laberintos y rincones del reloj y siguiera la ruta de las manecillas, descubriría que bastará quebrantar el tiempo y la distancia, desmoronar sus muros y liberar el alma, para encontrar el rumbo hacia la eternidad.
Hay que aliarse a los segundos, a los instantes, para caminar a su lado y aprovechar al máximo cada uno, con sus luces y sombras, porque al fugarse, también huye la jornada terrena. Quien no sabe columpiarse en el péndulo del tiempo, desconoce, igualmente, el juego de la vida y sus días se fugan mientras espera los años inciertos que quizá no lleguen. Hay que vivir.
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- Santiago Galicia Rojon Serralonga. Es escritor y periodista con más de 25 años de experiencia. Se ha desarrollado como reportero y titular de Comunicación Social de diversas instituciones públicas y privadas.