Por PACO LÓPEZ MEJÍA*
Conocí a Raúl precisamente a bordo de un autobús viajando hacia nuestra ciudad, en aquella época en que la terminal de Tres Estrellas en la ciudad de México, se ubicaba en Niño Perdido, a unos pasos del famoso Salto del Agua.
En ese tiempo, el viaje duraba normalmente seis horas, de manera que muchos acostumbrábamos tomar el autobús en cualquier corrida disponible entre las once y las doce de la noche, para amanecer respirando el inolvidable y añorado aire moreliano. Yo no viajaba con toda la frecuencia que hubiera querido, porque mi familia ya se encontraba radicada en la Ciudad de los Palacios y, además, ayudaba a mi papá atendiendo el estudio fotográfico de su propiedad, pero en mis viajes me percaté que muchos de los pasajeros ya se conocían entre sí, a fuerza de viajar cada semana o cada quince días a la Bella y Señorial ciudad de Morelia… Se saludaban amable y hasta efusivamente… ¡Hacía una semana o, por mucho, quince días que no se veían, y se volverían a ver hasta el viaje de regreso, dos noches después…! A veces, al inicio del viaje y hasta llegar a Toluca, se escuchaban las conversaciones casi en tono de cuchicheo y poco a poco iban apagándose hasta que todo el autobús quedaba en silencio, con excepción del radio que escuchaba el chofer, si no mal recuerdo, una estación de Monterrey…
En uno de esos viajes, me tocó de compañero de asiento un joven más o menos de mi edad, que saludó a dos o tres pasajeros, y ya antes de salir del centro de la ciudad de México, habíamos entablado conversación…
A la pregunta obligada de si viajaba frecuentemente a nuestra tierra, me contestó que lo hacía cada quince días, con su hermano menor que él, que también estudiaba en el Distrito Federal, y a quien le había correspondido un asiento un poco más atrás del mismo autobús… –Casi no alcanzábamos lugar –me dijo-; nos habría tocado irnos en los de Occidente…
Ya le había pasado antes a Raúl… Y le sucedió precisamente un fin de semana en que su hermano no pudo acompañarlo… Llegó corriendo a la terminal de Tres Estrellas y ¡no encontró boleto…! Así que decidió aventurarse a caminar unas cuadras y dirigirse a la terminal de la otra línea… ahí sí había boletos, el autobús iba casi vacío y saldría en unos minutos… ¡Vaya, parecía un sueño…! ¡Le tocaría ir solo y podría acomodarse a sus anchas para dormir…! Bueno, si el conductor no iba subiendo pasaje en el camino…
Subió al autobús… se dio cuenta que por lo mucho iban quince pasajeros, de tal manera que eligió un asiento del lado derecho, un poco antes de la mitad del autobús; colocó en la canastilla su escaso equipaje, no sin antes sacar un suéter que llevaba en su maleta… bien doblado le serviría de almohada… acomodó el suéter entre el asiento y la ventanilla, se quitó la chamarra larga que llevaba para echársela encima, y se dispuso a dormir ocupando los dos asientos…
Inició el viaje con otra sorpresa: El autobús llevaba calefacción a una temperatura agradable y el conductor llevaba el radio a muy bajo volumen; además, como los pasajeros habían podido distribuirse a su gusto, casi no se escuchaban pláticas entre ellos, pero como siempre, Raúl sabía que no se podría dormir hasta pasar Toluca…
De cualquier manera, cerró los ojos y trató de dormir, poco a poco y aún antes de llegar a Toluca, se quedó dormido… despertó un poco en aquella ciudad, y volvió a acomodarse… silencio… solo el ruido del motor que parecía arrullarlo… al rato… “¡Track…!” Un leve empujón en la parte posterior de su asiento lo despertó; creyó que tal vez el conductor habría parado para que subiera algún pasajero y había tenido la ocurrencia de sentarse en el asiento de atrás… Se volvió a acomodar… cerró los ojos… estaba empezando a dormir, cuando “¡Pack…!” ¡Alguien tropezó con sus pies! Raúl se incorporó de inmediato y vio hacia el pasillo… ¡Nada… nadie…! Se asomó entre los asientos tratando de ver si algún pasajero se dirigía hacia la parte de adelante, pero no vio a nadie… todo estaba en silencio, el sonido del radio apenas se escuchaba…
Volvió a tenderse entre los dos asientos y se durmió… no supo cuánto tiempo pasó; cuando el autobús se detuvo, Raúl se asomó por la ventanilla y reconoció que estaban en Zitácuaro… se volvió a acomodar, se echó la chamarra encima esperando que no subieran muchos pasajeros y le requirieran el otro asiento… No fue así y el autobús empezó a moverse hacia la carretera… Ya en la oscuridad de la carretera Raúl pudo conciliar el sueño… iba profundamente dormido cuando ¡Otra vez, alguien empujó y golpeó la parte posterior de su asiento…! No hizo caso del incidente y volvió a tratar de dormir… sentía que iba perdiéndose en el sueño, cuando “¡Traack…!”
Otro golpe, ahora más fuerte en la parte de atrás; pensó que quizá sería un niño… o lo peor, un adulto insolente… Pero al no escuchar nada más, volvió a su relativamente cómoda posición… Poco antes de llegar a Ciudad Hidalgo… ¡Nuevamente alguien o algo tropezó con sus pies…! Instintivamente los recogió y en ese momento ¡Alguien jaló su chamarra hacia el pasillo! Raúl se levantó de inmediato y encendió la pequeña luz que había sobre los asientos, se asomó al pasillo a ver quién era el gracioso, y ¡nada! ¡No había nadie moviéndose en el autobús…! Se levantó a ver quién ocupaba el asiento de atrás y tuvo que reprimir un grito… ¡Ahí no había nadie… ni en esos asientos, ni en los de más atrás…! Se asomó al asiento de adelante, y ahí iba una monja regordeta y mayor de edad, totalmente entregada a su sacrosanto sueño… los asientos de enfrente, iban desocupados…
Extrañado, levantó su chamarra, la sacudió un poco, la inspeccionó rápidamente a la luz del foquito y volvió a tratar de dormir…
Pasaron Ciudad Hidalgo… estaba empezando a caer en un profundo sueño, cuando sintió claramente que alguien trataba de hurgar en los bolsillos de su chamarra… en un movimiento rápido, sacó la mano e intentó atrapar al maleante… ¡Pero ahí no había nadie…!
Un escalofrío recorrió su espalda… Nuevamente se incorporó y encendió la luz, solo para descubrir que todo seguía igual, no había señales de que alguien se hubiera movido de sus lugares y menos aún, que hubiera tratado de buscar algo en su chamarra…
Otra vez se acomodó, estiró las piernas y apenas había cerrado los ojos, cuando sintió que inexplicablemente, su suéter que le servía de cabecera caía hacia abajo… lo encontró metido entre el asiento y la pared del vehículo… al tratar de sacarlo, nuevamente sintió un golpe, ahora suave, en el respaldo de su asiento, aprovechó su postura para ver cautelosamente hacia atrás, sin lograr ver nada extraño: los asientos de atrás iban tan vacíos como cuando inició el viaje…sintió un nuevo escalofrío… Se pasó a los asientos de enfrente… se estaba cubriendo con su chamarra, cuando de pronto… ¡Traaassshhh! Al parecer sin razón alguna, su maleta cayó hasta el pasillo, afortunadamente no era muy pesada y no se despertó nadie, la tomó y, asustado, se limitó a ponerla en los asientos que acababa de desocupar…
En lo que faltaba del trayecto hasta Morelia, dormitó un poco y una vez más sintió un ligero jalón en su chamarra… se limitó a agarrarla fuertemente y a tratar de dormir otro rato, pero ya no pudo hacerlo… realmente estaba asustado… no sabía si en el autobús había algo extraño… o si todo había sido… solamente… ¡Un sueño…!
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*Paco López Mejía. Es abogado por la UNAM. Orgullosamente moreliano, apasionado de su ciudad, historia, misterios y leyendas. Le gusta poner en práctica la magia y la fotografía.