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“Hay pedazos de tristeza y pedacitos de alegría en medio de la pandemia”. Por Gina Ávalos

Por GINA ÁVALOS*

Lo conocí un lunes por la tarde, se llamaba Porthos (lo cambié por seguridad), le veía de espaldas, no estaba en posibilidad de girar su cabeza, era adulto pero no viejo, su cabello plata aumentaba la edad aparente.

Tenía un primer nombre pero cuando descifré el segundo mi corazón se alegró.

-¿Porthos? ¿usted se llama Porthos? Atajé con bastante algarabía en la voz.

-Sí, contestó con voz callada y serena.

-¿Le puedo decir Porthos?

-!Por favor! Atajó con una sonrisa que no ví, pero descifré.

-A sus papás les gustaba mucho la literatura, comenté mientras tomaba sus signos vitales.

-Mi abuelo era escritor, soltó mientras hacía un pequeño esfuerzo por levantar su torso del colchón. Trabajó para un presidente de la República.

-Entonces su abuelo redactaba discursos, acoté mientras mi corazón parecía conejo con grandes niveles de azúcar en todo el rededor.

Él se giró despacio, sonrió, me vio a los ojos y me dijo, ¡usted sí sabe! no sólo es eficiente en su trabajo, ¡Además, sabe! Dijo mientras me apuntaba a los ojos (lo único visible entre tanto empalme), con su índice derecho.

Además, continuó, el padrino de mi papá era presidente de la República, e hizo hincapié en el orgullo que dicha situación le provocaba.

-Muchos escribimos, pocos hacen discursos y menos presidenciales, pensé y su afirmación de cabeza hizo que me diera cuenta que había sido en voz alta, ¿Cuál presidente?

-Adolfo López Mateos.

Sonrió y se volvió a recostar boca abajo. Volví unas cuantas veces a su habitación esa tarde.

Al siguiente día repetí el ritual de los signos vitales supe a qué se dedicaba y dónde trabajaba, me platicó un poquito de lo que le gustaba y cómo se sentía en diversos momentos del día.

En cambio, yo no podía evitar decir su nombre una y otra vez como si fuera un mantra y con aquellas ganas de abrazar a su padre por tan bella decisión.

A los dos días de la primer charla, una compañera me llama a la habitación, a su cama, lo vi, tapé mi careta con ambas manos, agaché la cabeza y cerré sus ojos con mis dedos.

No me considero eficiente pues perdí el ritmo de atención hospitalaria por más de 10 años, pero le agradezco a Porthos haberlo creído en algún momento. Su nombre y sus palabras hicieron de mis guardias una belleza.

No saben cómo duele haber perdido en tan poco tiempo, ese pedacito de alegría.

Prometí no escribir desde la tristeza, pero entonces, ¿quién sabría de la inmensa felicidad que me dio Porthos en tiempos de pandemia?

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* GINA ÁVALOS. Es enfermera en activo en el Hospital General “Dr. Miguel Silva”, con sede en Morelia, Michoacán. Además de desarrollar la actividad periodística en diversos medios de comunicación de esta entidad.

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