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“Herramientas anticuadas”. Por Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Por SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

Si uno descubre que una persona fabrica o repara algo con herramientas de hace un siglo o mayor antigüedad, de inmediato surge la idea de que su raciocinio es precario, le faltan creatividad e iniciativa, es conformista y mediocre, vive en alguna región aislada de la civilización o definitivamente carece de medios económicos para acceder a equipo y maquinaria acordes a la hora contemporánea.

En temas actuales y prácticos, ese hombre o mujer estaría desfasado, fuera de la época, atrapado en una realidad primaria que lo hará incompetente para crecer, desarrollarse, competir, aportar y evolucionar. Y si tal individuo, como todos los de su aldea, ignorara los renglones de la ciencia y la tecnología, y existiera, además, una frontera, un muro, entre él y el conocimiento, y tuviera en sus manos armas poderosas, quizá aportadas por mercenarios a cambio de sus riquezas naturales y minerales, el asombro, la preocupación y el riesgo serían mayores.

Por increíble que parezca, amplio porcentaje de seres humanos, pertenecientes a la generación del minuto actual, aún se encuentran en escalas primarias. Su nivel de conciencia, sus mecanismos de aprendizaje, su solidaridad a los demás, sus sistemas de enseñanza, sus sentimientos, sus compromisos y sus responsabilidades, su pensamiento, su educación, su ética y sus conductas se encuentran estancados y tienen más parentesco, según parece, con apetitos, reacciones e impulsos primitivos. Y todos los días somos testigos de la denigración humana en el mundo, en los hogares, en las escuelas, en los centros laborales, en las calles, en los espacios públicos, donde los más fuertes y poderosos aplastan y destruyen a los débiles.

La deshumanización no solamente es un barniz que deforma los rostros y los maquilla con falsedad; es un martillo y un cincel que esculpen el perfil de la gente, personas que no aportan y sí, en cambio, tienen capacidad de aniquilar y consumir con voracidad. Hay tanto odio y violencia, como superficialidad, estupidez, egoísmo, apetitos fugaces y ambición desmedida.

Millones de hombres y mujeres, en nuestros días, creen que los sentimientos nobles, la verdad, los ideales, la justicia y los valores son modas añejas, basura que estorba para vivir y gozar. Alguien, con pretensiones ambiciosas y perversas de aplicar ciertos planes, de acuerdo con la ley de la gradualidad, les regaló la idea de la inmediatez y la vida carente de sentido y valor. Todo es desechable y ligero, ausente de compromiso y responsabilidad. La mayoría desea flores, pero es incapaz de conocer las hojas y el tallo, y formarse con el conocimiento y la experiencia que dejan las heridas de las espinas.

Parecemos, en consecuencia, el salvaje que utiliza herramientas y utensilios de hace mil años y mata a quienes encuentra a su paso, seres humanos, animales o plantas. Hoy, en el tercer milenio de nuestra era, la ciencia y la tecnología ofrecen grandes adelantos que son desproporcionados a los niveles de conciencia, sentimientos, valores, conductas y pensamientos humanos.

La televisión es la nodriza de innumerables generaciones. Entró a las casas, se apoderó de los corazones y las mentes, y su plan gradual ha funcionado. Denigra. Se ha encargado de criticar, mofarse y ridiculizar a las familias, el bien, la verdad, los sentimientos y la capacidad de raciocinio, a cambio de difundir, en amplio porcentaje, estupideces, violencia, hipocresía, superficialidades, falsedad y devoción a las formas, a los vicios, a los apetitos, al afán de poseer sin sentido. Se ha dedicado a normalizar el mal, las infidelidades, el odio, la corrupción, los vicios, la mentira.

El internet, en tanto, es ambivalente, tiene dos caras; pero la condición humana, tan poco evolucionada, prefiere, en amplio porcentaje, lo burdo y pasajero. Solo hay que salir de viaje, a cualquier hora, por las rutas cibernéticas y las redes sociales para comprobar, una vez más, el nivel evolutivo en que muchos nos encontramos.

Algo acontece en los hogares, en la academia, en los centros laborales, en todas partes, que se siente una terrible ausencia de sentimientos nobles, conciencia, madurez, inteligencia, bien, verdad, justicia, ideales, sueños, dignidad, actos grandiosos y libertad.

¿Dónde estamos? ¿Qué hicimos de nosotros? ´¿A qué hora nos perdimos y renunciamos a lo que era tan nuestro? ¿No acaso estamos trabajando con ciencia y tecnología sorprendentes, en un estado de barbarie, con más reacciones negativas que aportaciones positivas? ¿A qué hora ocuparemos el sitio que nos corresponde?

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*Santiago Galicia Rojon Serrallonga. Es escritor y periodista con más de 25 años de experiencia. Se ha desarrollado como reportero y titular de Comunicación Social de diversas instituciones públicas y privadas.

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