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“Los fantasmas de Galeana”. Por Paco López Mejía

Por PACO LÓPEZ MEJÍA

Todo restaurante familiar que se precie, debe tener algunos clientes habituales…

Cuando me quedé en Morelia a terminar la preparatoria, los viernes y sábados por la noche me iba al Restaurant Julián, para ayudar a mi tía, o bien, si la clientela era poca, para que ella se fuera a dormir un poco más temprano… desde esa época observé a dos clientes habituales nocturnos. Posteriormente, en algunas temporadas, me iba a Morelia y por las noches me quedaba en el restaurant, para lo mismo que ya señalé. Uno de los clientes habituales del Restaurant Julián, era un médico que tenía una farmacia a un lado del templo de San Francisco, llegaba al “Julián” cerca de las once de la noche, a veces platicaba un poco con alguna de las empleadas y después de una ligera cena y un café o una Coca Cola que le duraba horas, cuando ya casi se iba a cerrar el establecimiento, se despedía y salía a recorrer la Avenida Madero…

Muchas veces que llegué a Morelia a las dos o tres de la mañana, al pasar por nuestra Calle Real, veía a lo lejos la blanca cabeza del galeno. Casi no hablaba, y sólo una o dos veces me platicó en forma muy escueta (como todas sus conversaciones) algunas anécdotas de sus paseos nocturnos por nuestra ciudad, anécdotas que tal vez narre en alguna ocasión.

El otro cliente nocturno consuetudinario del Restaurant Julián, era un señor medio gordito, chaparrón, como de cuarenta y cinco años, que vestía en forma sencilla, pero limpio, y traía cargando siempre su radio de pilas, de los grandes de esa época…

Acostumbraba llegar como a las diez y media de la noche; pedía una Coca Cola que también era prácticamente interminable y uno o dos tacos de aquellos frijoles refritos deliciosos, y permanecía sentado tomando su eterno refresco, con su radio apagado (rara vez lo encendía dentro del restaurant), como para no turbar el casi monacal silencio característico del establecimiento, y cabeceando de cuando en cuando. Se despedía poco antes de la una de la mañana y salía a hacer su recorrido, pues según me platicó una noche, trabajaba y vivía en el Seminario, es decir, que desde el restaurant en Belisario Domínguez se iba ¡caminando! hasta llegar a las escaleras de Santa María y subía para llegar al Seminario.

También era muy callado, pero ya “entrando en confianza” platicaba un poco más que el doctor antes mencionado, aunque sus conversaciones eran entrecortadas: cinco o seis palabras y larga pausa…

Nunca supimos su nombre ni de dónde era originario, y las empleadas le pusieron “El Hinchadito”, por su ligeramente redonda figura. Debo decir también, que nunca vi que tomara bebidas embriagantes…

Según me dijo alguna vez, bajaba de Santa María en un camión urbano, supongo que de las últimas “corridas”; a veces descendía del “urbano” en un lugar, a veces en otro para recorrer algunas calles… pero siempre regresaba a pie…

Cuando yo empecé a lograr platicar un poco con él, su ruta diaria era por la Avenida Madero –siempre por la acera norte-, hasta llegar al Colegio de San Nicolás, allí tomaba la calle de Galeana y caminaba hasta la Calzada Juárez, para llegar a la escalinata y por fin a su destino… Con el tiempo, supe que había tenido varias rutas “habituales”…

Cuando mi tía también se quedaba a cerrar el restaurant, tomábamos un taxi de alguno “de los conocidos” que nos llevara a Abasolo… Cierta noche, al dar vuelta el taxi por Fuerte de los Remedios, vimos pasar al “Hinchadito” con rumbo a Carrillo, lo que nos extrañó, pues no era su ruta habitual, así que la siguiente vez que lo vi con ánimos de charlar, le pregunté la razón de aquel cambio… y en esta ocasión estaba un poco “parlanchín”: como diez palabras y pausa… Y a partir de aquél día logré que me platicara poco a poco y en retazos que yo debía unir mentalmente algunas de sus anécdotas por las entonces silenciosas calles morelianas… Anécdotas que habré de reconstruir y darles forma, pues como digo, las platicaba “en abonos…”

Iniciaré por el cambio de ruta…

Salió el buen señor del Restaurant Julián, y se fue caminando por la Avenida Madero… Siempre caminaba a paso regular, ni muy apresurado ni muy lento, con un ligero balanceo –tal vez por el peso del radio-, con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo y de vez en cuando la levantaba para ver al frente, esto lo sé porque varias veces lo vimos en su trayecto. Pues bien, esa noche, tranquila como todas las noches morelianas de antaño –primera mitad de los 70’s-, caminaba el “Hinchadito” con rumbo a la Catedral, pasó frente a ella y se santiguó…

Las calles estaban solas y silenciosas… continuó su camino y al llegar a la altura del Hotel Alameda, levantó la cabeza para ver al frente y vio las formas de algunas personas que al parecer venían en sentido contrario al que él llevaba y dieron vuelta por la calle de El Nigromante, como para dirigirse al jardín de Las Rosas; aunque no le dio importancia al hecho, decidió cruzar a la acera contraria “por si las moscas…”

Llegó a la esquina y atravesó hacia la acera poniente de Galeana y por curiosidad volteó hacia Las Rosas, pero no vio a nadie; pasó por donde se ubicaba un conocido centro nocturno, y a partir de ahí… empezó a tener la sensación de que era seguido muy de cerca por dos o tres personas… Según su dicho, pensó que serían algunos “muchachos maldosos”, que tal vez quisieran quitarle su apreciado radio, por lo que volteó a ver y… nada…

Continuó su camino, saludó a un velador al que se encontraba frecuentemente; más adelante, al cruzar la calle de La Corregidora, dirigió la mirada hacia San Agustín y según él, todavía había movimiento de los comerciantes del lugar, pero al continuar caminando sintió claramente que alguien estaba detrás de él y volteó rápidamente, y solo alcanzó a ver una sombra que, al parecer, se ocultó en la esquina… “El Hinchadito” aceleró el paso, pues estaba convencido que querían robarle el radio… A media cuadra, volteó nuevamente y no vio nada, por lo que tomó otra vez su paso habitual y en ese momento, escuchó apenas el roce de unos pasos tras él… Aquello le sobresaltó, pues debemos recordar que en esa época no era tan común el uso de tenis y era más normal escuchar los tacones de alguien al caminar, que un simple roce en la acera…

Volteó lo más rápido que pudo blandiendo su radio como arma –prefería estropearlo que perderlo- y no había nadie tras él… La calle vacía… Trató de tranquilizarse y continuó su camino… ya no ocurrió nada… pasó la calle de Guerrero, que según me dijo, siempre le daba miedo y creyó que los “muchachos maldosos” que lo seguían habían desistido, por lo que más tranquilo se encaminó hacia Carrillo… esa larga, larga cuadra… ya veía cerca la esquina, vio a unos trasnochadores que seguramente se dirigían a la “Kermesse”, como se le decía a la Zona de Tolerancia… y en ese momento percibió claramente algo como murmullos y el roce de unos pasos, ahora de varias personas tras él, volteó rápidamente y no vio nada, pero al voltear, sintió un jalón fuerte en la manga de su chamarra… se sacudió… algo o alguien lo empujó por el hombro y sintió claramente que se encontraba rodeado por algunas “personas”… levantó su radio contra sus hipotéticos atacantes y… al no ver a nadie a su alrededor, un sudor frío recorrió su espalda y él emprendió la huida a toda la velocidad que le permitían sus cortas piernas y su rechoncho cuerpo…

No paró hasta pasar el local de la panadería que había en la esquina de Carrillo… Se detuvo jadeando… volteó temeroso y alcanzó a ver en la calle de Galeana, alejándose lentamente “hacia arriba”, lo que le pareció un pequeño grupo de sombras, pensó que era el mismo grupo de personas que había visto cerca del Colegio de San Nicolás, pero en un abrir y cerrar de ojos ¡ya no estaban… no había nadie…! Corrió y corrió por la Calzada Juárez hasta donde sus fuerzas se lo permitieron, volvió a voltear hacia atrás y no vió nada… La suave noche moreliana pareció tranquilizarle un poco y continuó su camino… llegó a su lejano destino sin otro contratiempo… Pero ahora estaba seguro que eran “ánimas en pena” y que no tenían intención de robarle su radio… Por eso cambió de ruta “El Hinchadito”…

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