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¡Muerta! Por Paco López Mejía

Por PACO LÓPEZ MEJÍA *

La literatura de temas paranormales, extranormales o como se les quiera llamar, está llena de Experiencias Cercanas a la Muerte. También hay diversas opiniones acerca de este tema, emitidas tanto por científicos afines a la “ciencia oficial”, como por investigadores que se dedican a esos temas inaccesibles o hasta contrarios al método científico, o por científicos que eventualmente se alejan de los lineamientos de la ciencia oficial y entran en el campo de las llamadas paraciencias.

Es en este último campo, en el que es muy amplia la casuística de lo que se ha llamado Experiencias Cercanas a la Muerte, tan amplia que, para abreviar, se habla simplemente de ECM y, tan amplia, que ya es un lugar común hablar de “la luz al final del túnel”, pues es lo que refieren en su inmensa mayoría quienes han tenido una de esas experiencias.

Leyendo algunos casos de ese tipo de experiencias realmente extremas, he visto que suceden casi siempre cuando un ser humano está, literalmente, en el momento supremo de perder la vida, ya sea por un accidente o al sufrir un infarto o por cualquier otra causa, muchas veces lejos del auxilio médico… o bien, ya en una institución hospitalaria, frente a médicos y enfermeras que están luchando con cuerpo y alma, para tratar de evitar que aquél cuerpo sea abandonado por su alma…

En esos momentos -narran quienes han tenido alguna Experiencia Cercana a la Muerte-, ven un túnel y, al fondo, una luz extremadamente brillante hacia donde se dirigen al parecer irremisiblemente… algunos dicen haber visto a sus seres queridos ya fallecidos… coincide ese instante con aquel en que, a su lado, algún esforzado ser humano, lucha contra la muerte de quien, al parecer, se va… y, de pronto, algo sucede y quien se dirigía a la luz, sin saber cómo ni porqué vuelve a la vida… Pero son verdaderamente impresionantes los casos como el que me dispongo a platicarles. Obviamente, por respeto, se ha cambiado el nombre de la protagonista.

Elena y su esposo, radicados en una gran ciudad de nuestro país, creían que no volverían a ser padres; su hija tenía alrededor de diez años, cuando recibieron la noticia de que un nuevo bebé venía en camino; sin embargo, el embarazo fue delicado y la futura madre presentó síntomas de preclampsia. Cerca de los siete meses, su estado se agravó y hubo necesidad de llevarla de urgencia a un gran Hospital en donde había sido atendida durante su embarazo; institución que contaba con todos los adelantos de la ciencia médica. Ahí, su esposo fue informado del grave estado en que se encontraba Elena; firmó los documentos de conformidad que le requirieron y se le informó que tendría que ser sometida a cesárea y que se trataría de salvar tanto a la paciente como al bebé.

Se le anestesió y los médicos realizaron la cirugía exitosamente, el bebé fue ingresado a cuidados intensivos y en el momento en que se disponían a trasladar a Elena al área de recuperación, algo sucedió…

Elena no sintió nada…

Entre tanto, su esposo, acompañado de su pequeña hija y de la madre de Elena, habían sido informados de que el bebé estaba en cuidados intensivos y que, desgraciadamente… la madre… estaba… ¡Muerta…!

Elena no sintió nada…

No supo en qué momento llegaron su esposo, su hija y su madre a su lado…

No podía entender porqué veía su cuerpo yerto sobre una cama, ni porqué los médicos y enfermeras, silenciosamente le quitaban la aguja que llegaba hasta su vena… ni porqué su esposo, su madre y su hija, lloraban… la abrazaban… la besaban… y se despedían de ella…

¿Por qué veía desde arriba aquella escena…?

Su madre… su esposo… y su pequeña… lloraban… la abrazaban… ¡Y ella los veía… veía su cuerpo inmóvil… pálido…despojado de todos los tubos y aparatos que -estaba segura- le habían puesto…! Los veía desde arriba, como si estuviera flotando sobre aquella perturbadora escena…

No sabía porqué…

¿Y mi bebé…? Preguntaba, y aunque estaba segura que lo hacía en voz alta, nadie parecía escucharla… todos estaban alrededor de la cama… pero no la oían… ¡Qué desesperación…!

Su pequeña, su hija, lloraba desconsolada y gritaba: “¡Mami… mami… no te vayas… te necesito…!” Y ella no podía correr para abrazarla… para consolarla… para secar sus lágrimas, como tantas veces lo había hecho a lo largo de aquellos felices casi diez años…

Una paz infinita empezó a embargarla… sintió que había cumplido su tiempo en la tierra… que su labor había llegado a su fin…

Sintió que penetraba en un lugar oscuro… muy oscuro… no hacía frío… no sentía calor… solo aquella paz indescriptible… a lo lejos, cada vez más lejos, seguía oyendo los lamentos, los sollozos y aquél triste y desesperado reclamo de su chiquita… cada vez más lejos… más lejos…

Al fondo de aquel lugar oscuro, muy oscuro en el que se encontraba, empezó a ver una luz, pequeña pero brillante… cada vez se hacía más grande… más brillante… intensa pero sin ser molesta ¿o era que ella se acercaba más y más a la luz…?

A lo lejos, cada vez más lejos, la voz desesperada de su nena… llamándola… al frente aquella luz que parecía atraerla… no podía saber si se acercaba rápida o lentamente a ella… a su alrededor, la oscuridad… y a lo lejos… el llamado de su hija y cada vez más lejos los sollozos y palabras de negación, de reclamo, de desesperación de su esposo y su madre… La luz, parecía jalarla… parecía querer llevarla hasta ella…

Pero ¡No…!

A lo lejos… aquel llamado infantil… aquella amada vocecita: “¡Mami… te necesito…!”

“¡No puedo irme…! ¡No…!”

La luz brillante, intensa, parecía jalarla… Elena se resistía…

“¡No…!” “¡Mi hija todavía es pequeña… me necesita…!”

“¡Me necesita… me nece…!”

En eso, sin saber cuánto tiempo había pasado luchando contra aquella luminosa atracción, sintió que estaba acostada, que no estaba en aquella cama en la que se había visto a sí misma…

¡Qué frío en la espalda…! ¡Qué frío alrededor…! ¡Qué silencio…!

Abrió los ojos… Una luz intensa, pero distinta a la que había visto antes, estaba sobre ella… ¡Qué duro… qué frío el lugar en donde estaba acostada…!

Se movió un poco… o creyó hacerlo… y se dio cuenta que estaba desnuda… palpó con las manos aquella cama –o lo que fuera- sobre la que estaba… era una plancha metálica… ¿Por qué…? Volteó a uno y otro lado y vio otros cuerpos también desnudos sobre una especie de camas de metal… no alcanzaba a comprender qué hacía en aquél lugar tan frío… tan solo… tan lúgubre…

-¡Hola…! ¡Hola…! -empezó a decir con voz que sintió temblorosa, débil…

Unos pasos apenas audibles… como de alguien que arrastraba suavemente los pies…

-¡Hola… ho…!- empezó a decir nuevamente- ¡Alguien enfundado con una especie de uniforme médico que le cubría de la cabeza a los pies, llegó de pronto a su lado…!

-¿Cómo te llamas? ¿A qué viniste…?- Preguntó dos o tres veces una voz femenina detrás de un cubreboca…

-¿Y mi bebé…? ¿Mi bebé…?- Preguntó angustiada Elena…

Llegaron más personas con uniformes médicos…

Alguien puso una sábana sobre su cuerpo desnudo… más preguntas que solo tuvieron como respuesta la pregunta angustiada de aquella madre… “¿Y mi bebé…?”

Apresuradamente alguien le informó que su bebé se encontraba bien, aunque requeriría cuidados…

La pasaron de inmediato a una camilla y a toda prisa –como suceden tantas cosas en los hospitales-, la llevaron a una sala de recuperación, en donde le volvieron a poner agujas, a conectar aparatos… Y a donde entró una hermosa chiquilla con la cara llena de lágrimas y con una sonrisa radiante… ¡Elena… había vuelto de la muerte…!

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  • Paco López Mejía. Es abogado por la UNAM. Orgullosamente moreliano, apasionado de su ciudad, historia, misterios y leyendas. Le gusta poner en práctica la magia y la fotografía.

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