Por GINA ÁVALOS
Tu suicidio a través de mi piel
Era un 7 de mayo de 2019, a las 07:00 de la mañana, la alarmada voz de mi mamá me despertó:
-Coqui ¡Márcale a una ambulancia, que tu tío Beto, tiene mucha sangre en la cabeza!
Con el sueño aún en mis ojos, los dedos marcaron el 911, un timbre y colgué, ¿Qué voy a decir? Me pregunté.
De nuevo mi madre.
-Márcale a la muchacha que le hace el aseo, ella es la que sabe qué está sucediendo.
Ahí, sí dejé marcando la línea con un signo de interrogación gigante en mi cabeza, hasta que una voz femenina contestó.
-Bueno.
-Hola, soy la sobrina de Beto, ¿Me puedes decir qué sucede?
-El señor Beto tiene mucha sangre en su cabeza.
-¿Le preguntaste algo?
-Sí pero no se mueve ¡Tiene una pistola en su cama junto a su mano!
-¿Quieres que pida alguna ambulancia o ya marcaste?
-Ya, me dijeron que me saliera y que no tocara nada.
Mi mente explotó, entre la paz de un mundo donde no sabes qué sucede, el sueño y medio despertar. Colgué y le dije a mi mamá la plática que acababa de tener.
Aún en mi cama, con el teléfono entre las manos, pensaba en nada. Así, en nada.
Como cuando tus oídos se tapan debajo del agua escuché en su recámara a mi madre colgada entre llamadas, terminaba una e iniciaba otra, mencionaba el nombre de algunos de sus hermanos y en esa sordez escuchaba su voz tranquila pero temblorosa decir:
-Beto se dio un balazo.
Como si de una aparición se tratara, invadió mi pensamiento nublado, blanco, vacío para demandar que me metiera a bañar, lo cual era ilógico puesto que ella fue quien en seguida lo hizo. Terminó, se agarró el cabello como pudo y me gritó que hiciera lo mismo para irnos a casa de mi ahora difunto tío.
Salí a saludar a otro de sus hermanos que había pasado por ella: Me quedé en la puerta, en pijama, en silencio, con una tristeza mordida en el estómago que no me dejaba gritar.
-No voy a ir, atiné a contestar.
Con esa rabia característica de una madre que indica un posible apocalipsis –al llegar a casa-, en este caso cuando nos volviéramos a ver, se dio la vuelta. Subió a la camioneta y emprendieron la marcha…
Los vi hacerse pequeños a la distancia, mientras no pensaba.
Me senté en la banqueta, encendí un cigarro y ahí entendí que había mucho por hacer.
Inicié las llamadas que hacían falta a familiares cercanos, y no tan cercanos pero muy queridos. Después comencé a llorar en silencio.
-Por favor Dios, que si se disparó haya muerto del balazo y no por shock hipovolémico, pedí en silencio…
Uno cree que esa es una de las peores cosas que te pueden pasar en la vida, pero no, lo peor aún no llegaba.
Después de la intervención de los peritos, la casa donde el doctor en Eléctrica vivía solo, quedó como set de una película de Quentin Tarantino: Resulta que lo pusieron en una camilla porque no tenían bolsas dijeron. Paredes, escaleras, muebles y desde la recámara hasta la salida había un río de sangre. Recuerdos, conocimientos, vida y pólvora tuvieron que ser borrados entre trapeadores y cubetas de dolor.
En realidad no recuerdo mucho esa mañana, mi refugio fue el portal de noticias, encerrada, sola en una oficina.
Sé que en algún momento reaccioné y supe que la noticia volaría por las redes y medios, tomé mi teléfono y comencé a pedirles a mis amigos el favor que jamás podré pagar, no trabajar ese suicidio.
Me sentí cobijada aunque en realidad no comprendía nada. Tenía el alma angustiada. Habíamos comido juntos dos días antes, él sonreía y hacía renegar a mi tía como de costumbre. Acababa de estrenar un auto, 23 años de catedrático en la Universidad Michoacana. Una vida viajando por el mundo como ponente o asistente de conferencias: Australia, Trinidad y Tobago, Estados Unidos, Canadá, en fin…
Si mi abuelo, quien tuvo como entretenimiento ser parte de un club de cacería hubiera sabido que su revólver sería el final de su hijo, el académico más prominente, seguro le hubiera reventado un chanclazo al instante.
Tiempo de muerte fijado alrededor de las 06:45 horas, su primera clase era a las 07:00. Su adiós durante el velorio, fue de escalofrío y orgullo: “Chis, chaz, chis, chaz, calís calás, calís calás, shhhhhhhht pum ¡SAN NICOLÁS!
Eras joven, inquisidor, inteligente, curioso, alegre y tranquilo: Una vez me pediste que escribiera un libro, pues te gustaban mis letras. Éste es mi homenaje para ti que aún vives en mi espacio. Ojalá hoy tengas la paz que buscabas.
- IMÁGENES DE ILUSTRACIÓN
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* GINA ÁVALOS. Es enfermera en activo en el Hospital General “Dr. Miguel Silva”, con sede en Morelia, Michoacán. Además de desarrollar la actividad periodística en diversos medios de comunicación de esta entidad.