POR IGNACIO HURTADO GÓMEZ*
La primera ocasión que advertí la palabra fue en un libro que se llama Padres superpoderosos, y ahí explica la importancia de que l@s niñ@s generasen esa capacidad de sobreponerse a ciertos dolores emocionales o situaciones adversas, incluso algo muy similar a lo que otros llaman, elevar sus niveles de frustración. Y por eso, quienes saben de ello, sugieren que los padres no sobreprotejamos tanto, y permítasenos que l@s niñ@s desarrollen esa capacidad.
La ocasión más reciente que escuche nuevamente la interesante palabrita, pero en un contexto distinto, ha sido en fechas recientes con motivo de nuestros añejos y preocupantes problemas de inseguridad, en el sentido de que debemos fortalecernos como una sociedad “más resiliente”, esto es, potenciar la fuerza y capacidad para reponernos ante situaciones complejas.
Y entonces salto la interrogante, acaso ¿no lo somos?
Si esa palabrita, como se dijo, implica una capacidad desarrollada para superar adversidades, creo que si lo somos, y no nada más en relación con la inseguridad, sino con otras situaciones como los temas de desastres naturales.
Pero si ese superar la adversidad supone salir fortalecido de la fatalidad, entonces creo que nos falta más resiliencia como sociedad, y no necesariamente por la sociedad misma que, no cabe duda, hemos aguantado de forma estoica. Y me explico.
Nadie puede dudar que hemos pasado –desde hace algunos ayeres– por diversas situaciones harto complejas en materia de seguridad, si se quiere desde que se alboroto el avispero, aunque en honor a la verdad, el tema viene de mucho más atrás, con la única diferencia de que antes era una situación más controlado, y no se metían con la sociedad.
Igualmente, hemos generado tal fortaleza y capacidad para superar adversidades de otro tipo como las económicas, sociales, políticas, de desastres naturales, y más.
Por ejemplo, somos resilientes a otras que igualmente son adversidades como la corrupción, impunidad, desigualdad, a las crisis económicas, a las crisis políticas, en fin, hemos generado –a lo largo y ancho, de arriba para abajo y viceversa– tal capacidad de sobreponernos que no solamente las hemos superado, sino que hasta las hemos hecho parte de nuestra cotidianidad, como un pequeño elemento más de nuestro ser social.
Y entonces ahí es en donde nuestra resiliencia no ha funcionado, y nos quedamos a medio camino, porque si ella supone un fortalecimiento una vez superadas las adversidades, queda claro que ese fortalecimiento no termina de llegar, no terminamos de procesarlo, pues en el mejor de los escenarios estamos como en el baile al cristo de los milagros en San Juan Nuevo. Tres pasitos para adelante y dos para atrás. Aunque siempre queda la esperanza de que, aun así, es posible llegar al altar.
Somos pues, una sociedad resiliente porque hemos logrado superar diversas adversidades de cualquier tipo, pero no lo somos del todo porque a pesar de esa capacidad, no logramos un fortalecimiento social e institucional sobre lo que tenemos, y que si bien no deja de ser importante, en los hechos que respiramos, en momentos son real y honestamente insuficientes. Al tiempo.
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* Ignacio Hurtado Gómez. Es egresado de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, donde ejerce también la docencia. Ha sido asesor del IFE (ahora INE); ex magistrado del Tribunal Electoral del Estado de Michoacán.
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