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“¡Siempre están allí!” Por Paco López Mejía

Por PACO LÓPEZ MEJÍA*

Hace unos días, recibí un mensaje de una persona del norte del país, a quien llamaré Yenny, en el que me platicaba lo que voy a narrarles.

Debo decir, que conozco personalmente a Yenny y se que los hechos son reales, además que dada su cultura y formación profesional, puedo afirmar que tiene el criterio suficiente para estimar cuándo un suceso es real y cuándo es producto de la imaginación o de la superstición.

No debo omitir que Yenny tuvo conocimiento de los hechos en razón de su trabajo y de su profesión de Psicóloga, por lo que obviamente, no me dijo el nombre del protagonista, ni yo se lo pregunté.

Tito, un niño como todos los niños, querido y atendido por sus padres y su familia, desde muy temprana edad, dio muestras de despierta inteligencia y de algo más… aunque a decir verdad, sus padres tardaron un tiempo en darse cuenta de ello…

Mamá y papá, se percataron, más o menos a los dos años, que cuando estaban jugando y entreteniendo a Tito, el niño de pronto, volteaba hacia un lado de ellos… o parecía ver a través de ellos… o parecía buscar “algo” detrás de ellos… Mamá en varias ocasiones se sorprendió a sí misma volteando de pronto hacia atrás, o hacia un lado… a pesar que sabía que no había nada o nadie por ahí… El pequeño, a veces, parecía que señalaba a alguien… o a algo… En otras ocasiones, balbuceaba o en su lenguaje infantil parecía platicar con alguien… inexistente… ¿inexistente…?

Su hermanito mayor, en ocasiones lo acusaba con mamá, porque cuando jugaba con él, de pronto, Tito dejaba de jugar… veía hacia otro lado… hacia atrás de su hermano… se distraía como si otra persona hubiera entrado a la habitación… y no había nadie…

Un poco más grandecito, tal vez entre los cuatro o cinco años, en ocasión de un Día de Muertos, por la tarde, la familia decidió ir al cementerio de la localidad, a poner un sencillo altar en la tumba de sus mayores, para retomar la tradición que habían dejado de practicar durante unos años porque los niños eran más pequeños. En la cajuela del automóvil, llevaban las ofrendas y flores infaltables en esa fecha…

Ya en las cercanías del cementerio, Tito dio muestras de inquietud, pero al mismo tiempo parecía que por momentos prestaba gran atención hacia la calle y sobre todo, hacia el frente… hacia donde estaba la entrada del panteón…

En realidad, el pequeño nunca había visto de cerca la muerte, pues afortunadamente, en el corto tiempo de vida que tenía, no había fallecido ningún familiar… Por lo que llamó mucho la atención de los padres, y hasta del hermanito mayor, que desde que entraron al fúnebre recinto, Tito empezó a mostrarse sumamente inquieto… volteaba hacia todos lados, señalaba hacia distintos lugares… Mamá lo llevaba tomado de la mano, y en dos o tres ocasiones, Tito se jaloneaba… o se abrazaba a las piernas de mamá, gritando… de pronto se detenía y parecía estar atento a algo… o a alguien…

Ante la inquietud del pequeño, la familia armó el altar en forma apresurada, mientras Tito no dejaba de voltear a todos lados… mamá lo observaba preocupada… en eso, el niño pareció tranquilizarse, veía hacia arriba y sonreía… se pasó la manita por la cabeza suavemente… pareció tocar a alguien cariñosamente… dos cristalinas lágrimas rodaron por sus sonrosadas mejillas… Mamá sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo…

Cuando se alejaron de la tumba convertida en altar, dejando flores y ofrendas, Tito volteó hacia el monumento mortuorio y, sonriendo… levantó la manita para despedirse de… alguien…

Pero en el polvoriento camino hacia la salida, nuevamente volteaba a distintos lados, a veces se sacudía…

Apenas saliendo del panteón, mamá le preguntó: ¿Qué veías…? -¡Al abuelo…!- fue la espontánea respuesta del pequeño… él no había conocido a su abuelo, quien falleció a los pocos meses de su nacimiento, y sólo lo había visto en fotografías… pero agregó: “Y a otros señores y señoras y niños que no conozco… y se me acercan… y me dicen algo que no entiendo… y allí, donde estaba el abuelo, también había otros señores y señoras… unos son como sombras…”

Mamá no pudo contener las lágrimas, más que nada, por el temor que su pequeño padeciera de alguna enfermedad… Papá se mostró preocupado, pero no dijo nada…

Al día siguiente, ya que consideraron que la impresión de haber estado en el Camposanto había pasado, con toda suavidad y prudencia, tratando de parecer tranquilos, papá y mamá platicaron con Tito –no olvidemos la despierta inteligencia del chiquillo-, quien a veces excitado, a veces tranquilo y otras veces lloroso, contestó a sus cautelosas preguntas:

– Es que a veces veo personas que ustedes no ven… unas son como otros señores y señoras o niños, pero otros son como sombras… a veces me asustan… otras veces quieren decirme algo… pero yo no quiero que me hablen… ¡Pero ayer vi al abuelo…! –dijo con alegría- ¡Me puso la mano en la cabeza…!- y el niño se pasó la manita por el pelo, igual que lo habían visto hacerlo frente al altar en el panteón…

-¿Y qué te dijo…?- Preguntó mamá incrédula…

-Que me quiere mucho, y a ti y a mi hermano y a papá…¡Ah…! ¡Y que me des el carrito que me regaló…!

Mamá estuvo a punto de desmayarse, porque aquel carrito había permanecido guardado en una caja desde el fallecimiento de su padre… Tito nunca había sabido de su existencia… Mamá, temblorosa, fue a buscarlo y se lo entregó ante el alborozo del chiquillo, que lo abrazó con cariño… ¡Ya sabía quién se lo había regalado…!

A pesar de todo, mamá y papá no creyeron completamente en lo que les platicó el niño, y encomendaron a su hijo mayor que, cuando jugaran, cuidara a Tito y les dijera cuando lo viera “raro”…

No era muy frecuente, pero si preocupante, que cuando salían a pasear con los niños, Tito dijera de pronto: “¡Allí está ese señor… ya lo he visto otras veces…!” ¡Y no había nadie…!

Los padres, preocupados por la salud mental del pequeño, acudieron con médicos, con psiquiatras, con psicólogos… Hasta con brujos y videntes…

Obviamente, los profesionistas no admitían lo que les decía el pequeño… pero sus medicamentos y consejos no servían de nada… El niño seguía viendo seres que los demás no podían ver… Brujos y videntes le hicieron limpias y sugirieron que alguien “les estaba haciendo un trabajo…”

Papá y mamá seguían sin creer plenamente en lo que afirmaba Tito, quien como todos los niños, seguía creciendo y aprendiendo… pero, a veces, no podía dominar el miedo que le provocaban aquellas sombras, aquellas personas, aquellos niños… ¡que nadie más veía…!

Una tarde en su casa, papá y mamá platicaban tranquilamente, mientras los dos niños hacían sus tareas escolares… Tito se levantó para ir al baño… ¡Y regresó inmediatamente… llorando…!

-¡En el baño… en el baño… está esa señora que he visto…!

Papá y mamá se levantaron inmediatamente y corrieron al baño, temiendo que hubiera algún intruso… ¡Nada…! ¡Ahí no había nadie…!

Regresaron a tranquilizar a Tito, y ya que lo lograron, le preguntaron sobre lo que había visto…

El inteligente niño describió a una mujer delgada, de piel muy blanca, el pelo corto y suelto… “me veía… pero no pude ver sus ojos… eran muy oscuros… y como sumidos…” Describió sus ropas, mientras mamá sentía un sudor frío en todo su cuerpo; se tuvo que sentar cuando sintió sus piernas temblorosas… Pidió a su esposo que le pasara el teléfono y llamó a su prima… Sin darle más explicaciones, le preguntó que si recordaba con qué vestido habían sepultado a su mamá… El teléfono cayó de sus manos… “¡Es mi tía… es mi tía…!”

Al día siguiente, a temprana hora, fueron todos a visitar a un sacerdote que tenía fama de tener conocimiento de esos temas, y a quien les recomendó la prima de la señora…

El clérigo, después de escucharlos e interrogar al niño, les explicó que Tito tenía –y tiene- la facultad de ver a las personas o seres que han fallecido… “El puede utilizar ese don para el servicio de los demás… o simplemente… negarse a hacerlo…”

Tito nunca ha querido transmitir los mensajes que recibe; no quiere ser visto como una persona especial… y, obviamente, no quiere aprovechar su don para lucrar con la curiosidad o con el dolor de sus semejantes…

Yenny, tuvo conocimiento de lo que he narrado -y de otro hecho que narraré posteriormente-, cuando Tito cursaba la secundaria y, fiel a su palabra y a la ética profesional, nadie supo lo que le contó el ya adolescente… Un poco por curiosidad, y un poco para que el jovencito le tuviera más confianza, dos o tres meses después de que platicó con él, lo encontró y le dijo: “No te molestes por lo que voy a preguntarte, si quieres me contestas y si no, no pasa nada; sabes que cuentas con mi discreción… En la Nochede Muertos y en el Día de Muertos, cuando las familias van al panteón y ponen ofrendas, alimentos, y adornan las tumbas ¿Sucede algo, viene alguien, se comen o se toman lo que les llevan…?

-Sí- contestó firmemente el jovencito- Siempre que he ido al panteón los veo, algunos son sombras y otros se ven casi normales, pero yo se que son espíritus… se me acercan, me dan mensajes para personas que no conozco… Pero yo nunca he querido que se sepa lo que veo, no he querido dar ningún mensaje… En la Noche y en el Día de Muertos, allí están, rodean a sus familias, los abrazan, los acarician… Nunca he visto que tomen o coman algo, pero sí, allí están…- Su voz se quebró ligeramente…

-¿Todavía te da miedo…?

-No, ya no…- Concluyó Tito…

* Paco López Mejía. Es abogado por la UNAM. Orgullosamente moreliano, apasionado de su ciudad, historia, misterios y leyendas. Le gusta poner en práctica la magia y la fotografía.

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