Por PACO LÓPEZ MEJÍA*
… Aquel perfume suave, tenue, sigue llegando como llevado por la leve brisa del amor y la añoranza…
Les platiqué la semana anterior la gran sorpresa que tuvieron Ana, sus hijas y su comadre, cuando la pequeña Sandrita, hija de Anita, que se desplazaba todavía en su andadera, dejó ver, claramente, que reconocía a su bisabuela Chayito en una fotografía, aun cuando nadie le había dicho antes quienes eran el señor y la señora que aparecían en aquella imagen… el suave aroma que flotaba en el ambiente fue reconocido de inmediato por todas las que estaban allí reunidas para festejar el cumpleaños de Ana, el primero que pasaría sin la presencia de su mamá… ¡Sí…! Era el suave perfume que usaba Chayito… que en realidad… también estuvo presente en aquel cumpleaños de Ana… el primero después de su partida…
Y aquel perfume suave… siguió y sigue llegando a la casa de Ana, de vez en cuando, sin faltar nunca en el día de su cumpleaños, como nunca faltó en vida, su mamá…
La vida sigue… la vida tiene que seguir…
Y así, la chiquilla morenita, de hermosos y expresivos ojos, siguió creciendo… dejó atrás la etapa de la andadera y con pasos infantiles, tambaleantes, recorría inquieta la casa de su abuela Ana, cada vez que la visitaban… Pero aquella habitación del centro, la que había estado destinada siempre a las visitas de los padres de Ana, y particularmente a Chayito –quien iba con más frecuencia-, parecía ejercer un especial atractivo sobre la pequeña…
Su madre, su abuela y sus tías, sabían que no había nada que pudiera poner en peligro a Sandrita, por lo que la dejaban que corriera y jugara por toda la casa… y cuando no la veían, sabían que estaba en la habitación de Chayito… de vez en cuando, la risa infantil salía de aquella recámara… pero, en realidad, todas lo atribuían a algún juego que habría inventado la nena, como todos los niños a esa edad lo hacen… A veces, al salir la niña de la habitación, parecía salir con ella aquel suave, leve aroma…
Cuando se reunían su madre y sus tías en casa de Ana, frecuentemente recordaban aquella extraña tarde en la que invadió el ambiente el aroma sutil del perfume de Chayito, y la pequeña Sandrita salió de la habitación de su bisabuela con un portarretratos en donde reconoció, sin lugar a dudas, a Chayito… a la que en realidad no había conocido, pues había fallecido meses antes del nacimiento de la niña de los lindos ojos…
Obviamente, conforme iba creciendo, ya en varias ocasiones le habían dicho que la señora de la fotografía era su bisabuela Chayito, lo que no parecía sorprender a la niña… pareciera que para ella era cotidiana la figura de Chayito…
Cierta tarde… se encontraban todas en la casa… Sandrita, como otras veces, en la habitación del centro… sus risas se escuchaban de pronto hasta la sala… pero, de pronto parecía que no era una risa… no… eran dos o tres risas infantiles…
Sin embargo, acostumbradas a los ruidos de la calle y de las casas vecinas, ninguna prestó atención…
Una risa… la de Sandrita… ¡Un suave grito de niño… y otra risa…!
Sin pensarlo, todas voltearon hacia la puerta, en el momento en que la niña salía sonriente… ¡con una carta de baraja en la mano…! Y el suave aroma del perfume de Chayito llegó como la brisa hasta donde estaban su mamá y sus tías con Ana…
Se vieron unas a otras…
Pero, en realidad, nadie se sorprendió, pues se habían acostumbrado a aquel repentino y leve olor, y además, a Chayito le había gustado mucho jugar a las cartas… Y también a Ana… así que, sin decirlo, pensaron que tal vez por allí, la inquieta nena había encontrado una carta… Tiempo después, recordarían ese hecho…
También le gustaba a Sandrita entrar al cuarto de su abuela Ana y jugar allí… Una tarde, se encontraba en la recámara de Ana, mientras su mamá, su abuela y sus tías, platicaban en la sala… Los alegres gritos y risas de la nena llegaban hasta sus oídos… pero… había otras risas, tal vez un poco más lejanas… sí… más lejanas… que también llegaban hasta la sala….
De pronto, salió corriendo la chiquilla, casi llorando… Anita, acudió de inmediato y, siempre amorosas, las tías y la abuela, también se acercaron…
-¿Qué tienes… qué te pasó…?
Y con palabras entrecortadas por el incipiente llanto, y un dulce puchero en la cara, Sandrita les dijo: -¡Es que los niños no me dejan jugar…!
-¿Cuáles niños?
-¡Los niños que están en el cuarto de mi abuela…!
Todas sabían que en la casa la única niña que estaba, era Sandrita… se vieron unas a otras con la interrogación pintada en las caras…
Anita sintió un leve escalofrío, que en ese momento atribuyó a la preocupación por su hija… no sabía qué pasaba…
Pero en fin, la animaron a volver a entrar para enseñarle que no había niños… en aquella recámara, no se veía rastro alguno de esos que siempre quedan cuando se juntan dos o más pequeños… ¡Nada…!
Sin embargo, en otras ocasiones y varias veces, la niña salió corriendo y llorando de la habitación de su abuela… aseguraba que los niños no la dejaban jugar…
Y dos o tres veces… Salió de esa recámara o del baño, llorando… “¡Hay mucha gente allí… me da miedo…!” También afirmaba que veía salir mucha gente del baño y que, claro, a la linda chiquilla… le daba miedo…
En fin, fue pasando el tiempo y estos hechos a veces ocurrían, y otras no. Todas lo atribuían a la imaginación de la niña y a su despierta inteligencia.
Una tarde en que se encontraba toda la familia reunida, Sandrita, ya un poco más grande, jugaba por ahí, poniendo atención de vez en cuando en lo que platicaban; la charla derivó en aquella tarde en que Sandrita, reconoció a su bisabuela Chayito en una fotografía… … y alguien concluyó la animada conversación diciendo: “¡Y Sandrita no conoció a mi abuelita Chayito…!”
-¡Claro que la conocí…!- Gritó la niña, casi disgustada, haciendo a un lado el juguete que traía en las manos… ¡Claro que la conocí, repitió…!
Anita intervino y le dijo cariñosamente: No la conociste, ella falleció unos meses antes que tú nacieras…
Y la niña sonriente, como si fuera lo más normal del mundo, dijo firmemente: “¡Claro que la conocí…! ¡Yo jugaba con ella a las cartas en el cuarto del centro de la casa de mi abuelita Ana…!”
Ante las caras de estupefacción de todos, prosiguió: ¡Jugábamos a las cartas, y a veces “comíamos” Sabritas… A ella le “gustan” los Crujitos…! ¡Claro que la conocí…! Repitió firmemente, y como si nada, volvió a tomar su juguete y prosiguió a lo suyo…
Anita y otra de sus tías, tuvieron que buscar una silla… Yenny, la psicóloga que me narró estos hechos, es tía de Sandrita y se encontraba presente… sintió un escalofrío recorrer su cuerpo… su formación académica no le permitía creer aquello… Y, cierto –me dijo-, a mi abuelita Chayito le gustaba jugar a las cartas, y de esas botanas tan famosas, sus preferidas eran los Crujitos… solo que… los Crujitos… habían dejado de venderse en aquella ciudad… desde antes que naciera Sandrita…
La linda chiquilla no dio mayor importancia al hecho, siguió jugando como si hubiera platicado algo de lo más común…
No tardaron en relacionar lo anterior con aquella tarde en que la nena salió sonriente con una carta de baraja en la mano… Y con el añorado aroma que seguía y sigue flotando en la casa de Ana… de vez en cuando…
Don Juan, el bisabuelo de Sandrita, falleció poco después del nacimiento de la nena… El sí conoció a su primera bisnieta… Pero la niña estaba tan pequeña, que es imposible que lo recuerde… ¿Imposible…? ¿Hay algo imposible para los pequeños de esta época…?
Había pasado un tiempo después de lo ya narrado… Nayeli, la menor de las tías de Sandrita se había casado… Habían adquirido una casa…
Y, claro, don Juan no había conocido aquella casa de su nieta…
Poco tiempo después que el joven matrimonio se había mudado a su nueva casa, se reunió toda la familia allí, y entre la charla, Nayeli comentó, nostálgica: “Me he estado acordando mucho de mi abuelito Juan…”
Sandrita, que estaba por allí, dijo como si nada: -¡Ay…! ¡Pues claro, tía… él estuvo aquí…!
Unas con la mirada, otras casi desfalleciendo, le preguntaron atropelladamente: ¿Cómo que estuvo aquí…? ¿Dónde lo viste…? ¿Qué dijo…? ¿Qué hizo…?
La niña, como si se tratara de alguien más de entre los allí presentes, dijo con toda calma: “No me dijo nada, el otro día lo vi bajando la escalera…” ¡Y se los describió… como si lo estuviera viendo…!
Me dijo Yenny asombrada: “Ella sigue sosteniendo que conoció a su bisabuela Chayito… platica estas cosas y otras que ha visto, como si todo fuera real… como si todavía estuvieran aquí…”
Y me quedé pensando: ¿Y… no será real…? ¿No será que ellos… siguen aquí aunque a nosotros nos sea imposible verlos…? Y… para los niños de hoy… ¿Hay imposibles…?
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*Paco López Mejía. Es abogado por la UNAM. Orgullosamente moreliano, apasionado de su ciudad, historia, misterios y leyendas. Le gusta poner en práctica la magia y la fotografía.