Por PACO LÓPEZ MEJÍA *
Mi abuelo materno, era lo que ahora se llama pomposamente “un emprendedor”. Antes de tener el Restaurant Julián, fue propietario de una gran tienda que estuvo ubicada en la calle de Abasolo, en la que entre otras mercancías, vendía productos que él mismo elaboraba como un vino medicinal amargo y las verduras en escabeche que después darían fama al Restaurant; además, en habitaciones del fondo de la casa en que estaba instalada la tienda, tenía una fábrica de velas y de pastas, esencialmente fideos; fábrica en la que laboraban, entre otras personas, sus hermanas, las Señoritas Mejía, que después serían muy conocidas en su propia “tiendita”. No he podido precisar el año en que tuvo lugar la historia real que ahora les platicaré, pero considero que puede situarse a mediados de la década de los 30’s del siglo pasado…
La tienda, como muchas que hemos visto en fotografías antiguas, siempre estaba iluminada por la luz natural que penetraba por la puerta, auxiliada por algunos focos en el interior; el trabajo ahí era incesante…
Al fondo, La Fábrica… contaba con focos que pugnaban por dar luz a las amplias y altas habitaciones, aunque su iluminación era suave, temblorosa y mortecina, como la de todas las bombillas de aquella época… La armazón de madera colocada sobre el perol en el que se fundía la cera, parecía una grotesca “rueda de la fortuna” de la que pendían hileras de largos pabilos que penetraban en la ardiente cera líquida, se empapaban de cera y se daba vuelta a la rueda, para que una nueva hilera de pabilos entrara al perol, y así ir cubriendo capa por capa al pabilo, hasta llegar a alcanzar el grosor requerido… a cada vuelta de la armazón, aquel “¡criiiich…!” al que ya estaban acostumbradas las trabajadoras, alternado de cuando en cuando con un cercano “¡Plash… plash…!” producido por el amasado de la pasta… en fin, todos los ruidos propios de aquellas labores y con los que ya convivían familiarmente quienes allí trabajaban…
Pero… aquellos ruidos… aquel “¡Cliink…!” metálico y repentino que de vez en cuando se oía en algún lugar de La Fábrica… aquellos sonidos como lamentos lejanos, pero tan cercanos que erizaban la piel… aquellos trozos de metal que de pronto aparecían en cualquier sitio… aquellas llaves grandes, toscas y oxidadas que de cuando en cuando se encontraba alguno de los empleados… precisamente por el sitio en donde se había escuchado un “¡Claaaaannnkk…!” sorpresivo que había hecho brincar a varios… aquellos pasos de ¡nadie…! por el corredor, que sobresaltaban a las trabajadoras…
Aquellos…
¡Aquellos cuentos de los empleados…! ¡Solo cuentos…!
Así pensaba Lupe, la hija más pequeña del patrón, que a sus catorce o quince años había escuchado más de una vez los comentarios de sus tías y otros empleados y empleadas… “¡Sólo cuentos…!” Decía despreocupada…
Le gustaba ir a La Fábrica… aspirar el aroma a cera, sentir el calor ligeramente húmedo de ahí, el vapor del agua hirviendo, colaborar por ratos en el estirado de la masa para la pasta, en el corte de los fideos… le entretenía cortar los tramos de pabilo para las velas, ver aquella “rueda de la fortuna” en la que colgaban sobre la cera líquida muy caliente y cómo, poco a poco, vuelta a vuelta, rechinido a rechinido, las velas llegaban al grosor deseado… de vez en cuando escuchaba divertida los “sustos” que había pasado alguna de las empleadas y rió divertida cuando escuchó la historia del empleado que una noche iba al baño –que estaba al fondo de la casa-, llevando en la mano una vela encendida que algo… o alguien… le apagó dos veces y al que ya casi para llegar a satisfacer su urgencia, una mano invisible le tiró la vela…
¡Cuentos… cuentos…!
Aquella tarde de fines de marzo, la jovencita llegó a la tienda, saludó a su padre y, como le gustaba hacerlo siempre, entró a La Fábrica… tres de sus tías se encontraban trabajando, pues se acercaba la venta de velas y cirios de Semana Santa… sintió el olor de la cera, se detuvo a oir el “¡Plash… plash…!” del amasado de la pasta proveniente del fondo de la estancia y el cadencioso “¡criiiich… criiiich…!” de la “rueda de la fortuna”…
Se sentó frente a la larga mesa, a un lado de sus tías y a la mortecina y temblequeante luz de los focos, empezó a ayudarles a cortar trozos de pabilo… el amasado de la pasta se detuvo… el rechinar de la rueda con los pabilos paró… los empleados iban a comer…
-Lupe- le dijo una de las tías –quédate un rato mientras vamos a “echar un taco…” ¿no te da miedo…?
-¡Ja, ja, ja…! ¡No tía…! ¡vayan a comer…!
En verdad, no tenía miedo… ¡todo eran cuentos…!
Salieron las tías…
Inexplicablemente, la jovencita sintió un escalofrío que recorrió su menudo cuerpo… sin embargo, lo atribuyó a la suave corriente de aire que penetró en la calurosa habitación al abrir la puerta las tías…
Se entregó al corte de tramos de pabilo…
Se aburrió de esa labor… se pasó al fondo para ponerse a estirar la pasta…
El tiempo pasaba…
El agua en los calderos hervía… tenues nubes de vapor se desprendían de ella…
Pero… Lupe de pronto, sintió frío… un frío raro que la hizo reaccionar… ya había pasado mucho tiempo y las tías no regre… “¡CLAAAANNKK…!” ¡Un fuerte sonido metálico en la habitación del frente…! Lupe levantó la vista de inmediato y a través de la puerta abierta vio… ¡Nada…! ¡Ahí no se veía nada…!
“¡Tac… tac… tac…!” Unos pasos de mujer… con la vista fija en la puerta, esperó ver a alguna de sus tías… ¡Nada…! No entraban…
“¡CLAAAANNKK…!” ¡Sí… era una aldaba grande…!
-¡Tía…! ¿Ya llegaron…?
El silencio fue la respuesta…
“¡Tac… tac… tac…!” ¡Los pasos…!
Lupe sintió cómo su piel se ponía “chinita…”
Cómo un sudor frío recorría su espalda…
Con la vista fija en la puerta… detrás de los tenues vapores vio… ¡Una mujer vestida de negro, con un velo del mismo color que le cubría la cara…! ¡Se dirigía a la amplia habitación en donde estaba nuestra protagonista…! Su voz salió temblorosa cuando preguntó nuevamente -¡Tía…! ¿Ya llegaron…?
Sintió cómo se escapaban unas lágrimas de sus ojos extremadamente abiertos… aquella mujer iba hacia la habitación en donde estaba… caminaba hacia ella… aquel “¡Tac… tac… tac…!” se acercaba… aquellos pasos… ¡Imposibles…! ¡Imposibles…! ¡No se veían sus pies…! Flotaba quince o veinte centímetros sobre el suelo… y aquella mujer de negro y el “¡Tac… tac… tac…!” imposible se acercaban…
“¡AAAAAAAYYYYYYYY! ¡AAAAAAAAAAYYYYYYY…!”
Gritó Lupe desesperada…
“¡AAAAAAAYYYYYYYY! ¡AAAAAAAAAAYYYYYYY…!” Seguía gritando la jovencita…
Las tías, que entraban en ese momento a la casa, al escuchar los terribles gritos temieron que se hubiera cortado, o lo peor, que se hubiera caído al agua hirviendo… Don Julián pasó corriendo al lado de ellas que lo siguieron, y encontraron a la chica fuera de sí, pálida como la cera que le rodeaba, gritando terriblemente… veía hacia la puerta y señalaba hacia allí con mano temblorosa…
… No vieron nada… solo escucharon un suave, muy suave “¡Tac… tac… tac…!” de unos pasos ¡imposibles…! que se alejaban…
- Paco López Mejía. Es abogado por la UNAM. Orgullosamente moreliano, apasionado de su ciudad, historia, misterios y leyendas. Le gusta poner en práctica la magia y la fotografía.