Por PACO LÓPEZ MEJÍA *
Comprenderán ustedes que esta semana no me haya sentido con ánimo para escribir algún relato del tipo de los que cada semana les comparto; menos aún cuando tenía en mente escribir algo relacionado con la tragedia ocurrida hace 34 años en el Distrito Federal; pero es obvio que cuando se ha producido una tragedia del mismo tipo y en la misma fecha (2017), resultaría inoportuna esa historia, misma que ahora, en este momento, no se si relegarla al olvido, o narrarla en algún momento posterior, cuando el tiempo haya contribuido a aliviar un poco las profundas heridas que tiene nuestra Patria, y cuando Dios nos de la resignación que necesitamos todos los mexicanos… La fuerza ya nos la ha dado y se ve en el denodado trabajo de los voluntarios, de los donadores y de los grupos de ayuda y rescate institucionales, apoyados y auxiliados solidariamente por grupos especializados provenientes de diversos países.
Hace 34 años, el 19 de septiembre, me estaba preparando para salir hacia mi lugar de trabajo… En ese tiempo, trabajaba en un Tribunal Federal cuyas oficinas estaban en una torre del entonces llamado Conjunto Pino Suárez, mi oficina se encontraba en el piso 17 de una de las torres y ya me había tocado un temblor en horas de trabajo…
Vivíamos en un séptimo piso de un edificio de dieciséis niveles muy cerca de la Ciudad Universitaria; obviamente, sentimos el temblor muy fuerte, pero a decir verdad, nunca nos imaginamos la verdadera dimensión de lo que había ocurrido; como siempre, se fue la luz y no pudimos oír radio ni ver televisión para enterarnos de las noticias, así que seguí preparándome para salir a trabajar, entre tanto volvió la energía eléctrica, pero nuestra televisión no captaba señal alguna, así que estaba arreglando mi portafolio, que en realidad parecía maleta, cuando un vecino tocó a la puerta del departamento y le dijo a mi mamá: “Dígale a Paco que no se vaya; se cayeron los edificios donde trabaja…”
Corrí al departamento del vecino, pues su televisión sí captaba el Canal 11, y efectivamente vi que las torres del Conjunto Pino Suárez se habían derrumbado y, precisamente, pude ver que las dos últimas se habían caído sobre un paso a desnivel que estaba atrás del Conjunto; el Tribunal donde yo laboraba, estaba en la penúltima torre. Al parecer, y según supimos después, no hubo víctimas dentro de las torres, pues sólo se encontraba algunos trabajadores de intendencia que salieron con bien…
Los días posteriores los dedicamos, en casa, a hacer llamadas telefónicas a distintos puntos del país, pues como nuestro teléfono tenía línea, lo ofrecimos por medio de Canal 11, para dar noticia a muchas familias del interior del país, del estado en que se encontraban sus familiares en el Distrito Federal; y yo, por otra parte, a localizar compañeros –todavía no había el celular de uso tan extendido en esta época- y a recorrer lugares en donde se habían ido depositando libros y expedientes rescatados, para ver si encontrábamos algo de lo que estaba en nuestro Tribunal. Yo no encontré ninguno de los expedientes que tenía a mi cargo, ni tampoco mis queridos libros que tenía en mi oficina…
En fin, al poco tiempo, en forma un tanto atropellada e improvisada volvimos a trabajar en otro lugar al sur de la ciudad, en un edificio también muy alto y con evidentes grietas que solo fueron resanadas… A veces es más importante el sentido de la institucionalidad que el sentido humanitario…
Lo que no pudo ser resanado fue el dolor causado por tantas pérdidas humanas, y el de tantas familias que no volvieron a saber de sus seres queridos, ni tampoco pudo resanarse la duda siempre existente acerca de la actuación de las autoridades, que en esos aciagos momentos fueron notoriamente rebasadas por la solidaridad de tantos mexicanos y de personas de otras nacionalidades que se volcaron al rescate y ayuda de víctimas y damnificados…
Inolvidable la presencia y el trabajo denodado en el rescate de víctimas, de ese señor al que la ciudad de México tiene tanto cariño y agradecimiento: Plácido Domingo…
El pasado 19 de septiembre, me encontraba en el octavo piso de un edificio de la Colonia Roma, zona muy sensible a los movimientos telúricos… Mi esposa acababa de entrar a una sesión de acupuntura, mientras yo la esperaba en la recepción del consultorio, como siempre, leyendo una novela por medio del celular… La recepción y los cubículos para las terapias, se encuentran en espacios separados… En la sala de recepción, se encontraban también, además de la recepcionista, un señor y una señora de edad avanzada, uno de ellos con bastón, cuando de pronto, sentí una ligera vibración que atribuí inconscientemente a algún movimiento brusco en el consultorio de al lado… pero de inmediato nos percatamos que todo se movía, que estaba temblando… los señores se levantaron con trabajos y mientras todos decíamos –o gritábamos-: “¡Está temblando!” Los movimientos se hacían más y más violentos, la recepcionista tomó del brazo a la señora y yo, que estaba cerca de la puerta, me recorrí hacia la silla más próxima a la salida y dejé que pasaran los tres, con la intención de levantarme enseguida e ir a buscar a mi esposa a los cubículos de acupuntura… pero el movimiento se hizo más fuerte, todo tronaba, la puerta de la recepción, de madera y vidrio, se movía fuertemente y vi que los ancianitos y la recepcionista se habían caído y atrás de ellos otra señora algo obesa también se había caído y tenía una fuerte crisis nerviosa, parecía convulsionar mientras que una jovencita delgada, al parecer recepcionista del consultorio de al lado, trataba de sostenerla agarrándose ella de la puerta de ese consultorio, mientras le gritaba llorando “¡No me haga esto, no me deje…!”
La puerta de la recepción junto a la que me encontraba, se abatía fuertemente, como un abanico movido con violencia por la mano cruel de la naturaleza, traté de sostenerla pues me di cuenta que si se cerraba, los vidrios rotos darían sobre los caídos, pero al mismo tiempo trataba de pararme buscando por dónde pasar sin lastimarlos, para poder ir en busca de mi esposa… Los adornos de la sala de recepción caían, un florero grande que estaba frente a mi cayó estrepitosamente al suelo y se hizo añicos, los otros objetos, teléfonos y adornos sobre la barra de trabajo de la recepcionista, también volaban por los aires para estrellarse con gran fuerza en el suelo… y todo seguía moviéndose y tronando. Aferrado al marco de la puerta, que continuaba moviéndose, me pude levantar… pero no podía pasar sobre los ancianitos y la recepcionista caídos; por fin encontré un huequito y traté de ayudar a levantar a la señora que estaba en crisis… el edificio seguía moviéndose ya un poco más leve… solo atiné a ver hacia adentro de la recepción y vi un gran desastre…
Vi salir a mi esposa de los cubículos, mientras unos jóvenes que bajaban de los pisos de arriba, se acercaron a ayudar a la señora que sosteníamos la jovencita delgada y yo, así que, como pude llegué a donde estaba mi esposa y le ayudé con su bolsa; los ancianitos que estaban, como todos, sumamente asustados, también fueron ayudados a levantarse y cuando nos percatamos que había cesado el movimiento, iniciamos el descenso por las escaleras; adelante, dos jóvenes y la jovencita ayudando a la señora que estaba, creo, al borde de un infarto, los ancianitos y la recepcionista y atrás quien esto escribe y mi esposa; caían chorros de agua por las escaleras… por fin llegamos a la planta baja y pude ver las caras asustadas, aterrorizadas, de tanta gente que salió de sus centros de trabajo, de sus casas y del edificio de consultorios médicos en donde pasamos esos terribles momentos, en los que francamente, creí que el edificio caería…
Personas corriendo, otros caminando como sin rumbo, como tratando de explicarse lo sucedido… En la esquina, un edificio con todos los vidrios rotos y con grandes grietas por todas partes… caminamos hacia Insurgentes y seguí viendo gran cantidad de personas en la calle, en las esquinas… hombres, mujeres y niños llorando, como sin creer que al menos por el momento, habían salido vivos… las caras de angustia de quienes aporreaban el celular para tratar de comunicarse con los suyos… yo también lo hice. Muchos hombres y mujeres, sobre todo jóvenes, empezaban a correr hacia donde se veían grandes polvaredas que indicaban un edificio colapsado… corrían no para salvarse, sino dispuestos a ayudar. Ciudadanos olvidándose de sí mismos y dedicados a ayudar a otros, algunos arriesgando sus vidas para pararse en medio de los vehículos a dirigir el tráfico y evitar más tragedias… Voluntarios que han seguido, en la medida de lo posible pues ya el Ejército y la Marina dirigen las acciones, arriesgando sus vidas, su integridad física, en auxilio de otros… Y en otras ciudades, muchas personas formando centros de acopio y haciendo viajes con ayuda humanitaria sin importar riesgos e incomodidades, para además incorporarse a las labores de rescate…
En aquel fatídico 19 de septiembre de 1985, hace 34 años, la sociedad civil tomó las riendas de las acciones…
En este fatídico 19 de septiembre de 2017, la sociedad civil se ha volcado a salvar vidas, a rescatar heridos, a hacer acopio y donación de herramientas, alimentos, medicinas y a colaborar en todo lo necesario, ahora ya bajo las pautas marcadas por los expertos, y hombro con hombro con soldados y marinos rescatistas… Más aún, se ha dado el caso que voluntarios civiles han reclamado su LEGITIMO derecho a colaborar… Por eso…
“¡MÉXICO… CREO EN TI…!”
- Paco López Mejía. Es abogado por la UNAM. Orgullosamente moreliano, apasionado de su ciudad, historia, misterios y leyendas. Le gusta poner en práctica la magia y la fotografía.