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“Terror en la azotea”. Por Paco López Mejía

Por PACO LÓPEZ MEJÍA

Hace unos días, en un festejo por el cumpleaños de mi hermano Jaime, asistieron varios de sus amigos, entre ellos, Carlos, que lo es desde que estudiaron la preparatoria; y platicando con él, recordamos un hecho curioso, por llamarlo de alguna forma, que ocurrió en la casa de mis tías, en la calle de Abasolo.

En la medida de lo necesario, en otros relatos he descrito la casa a fin de que los lectores puedan ubicarse con la imaginación en el lugar de los hechos, así que ahora me limito a describir el último piso de la casa, en donde ocurrió lo que ahora les relataré.

Después de subir una pequeña escalera de lámina se encontraba un pequeño espacio, como una terracita, con macetas y flores; de ahí subía una escalera que daba vuelta en ángulo recto, para acceder a una pequeña puerta de madera, ya cansada de cumplir con sus funciones después de años y años de estar en ese lugar… un tanto hinchada y desvencijada… despintada en partes, y que nunca se podía abrir en silencio, ni menos aún, cerrar completamente… ¡de todo se quejaba…! y sus lamentos en forma de estridentes rechinidos, cuando se producían por la noche, se escuchaban en todo el primer piso de la casa.

Después de pasar por la anciana y gruñona puertita, se llegaba a un espacio que debió ser originalmente la azotea, pero que desde mucho tiempo antes, cumplía otra funciones; así, la primera parte, se encontraba techada y rodeada de macetas con flores; enseguida, había una pequeña puerta de barrotes de madera, para pasar al siguiente espacio, sin techo, en donde había una pequeña fuente y también macetas con las más diversas plantas; este espacio sí tenía una pared entera que sostenía una pequeña corniza, y a un lado, por si fuera necesario, pegado a la pared, había un foco que, no se porqué, en ese tiempo era pequeño y ¡rojo!

Pero que en realidad casi nunca se encendía, aunque tenía una cadenita para ello; en la pared un arco sin puerta que comunicaba a otro espacio sin techo y al fondo un pequeño cuartito que en su tiempo fue palomar, pero que a la sazón, se encontraba arreglado como una habitación más, con una puerta corrediza metálica, dos ventanitas a los lados de ésta y en su interior una cama grande con un buró y todo lo necesario para ser una habitación digna de ese nombre… ¡Ah…! Y en esa época había allí un sillón…

Pues bien, Jaime estudiaba en la ahora llamada Ciudad de México, la carrera de Psicología, y como siempre ha sido muy “amiguero”, frecuentemente viajaba a nuestra querida ciudad con uno o varios compañeros de estudios, a veces iban por un fin de semana, y en otras ocasiones por tres o cuatro días, para lo cual avisaba con días de antelación a Paco, a fin de que lo platicara a las tías y pudieran dormir en la casa los visitantes, a quienes -como la educación obliga- les había advertido que allí sucedían a veces, eventos raros… para que no se asustaran… pero, al fin estudiantes universitarios de Psicología, se mostraban escépticos, aunque a quien esto escribe, le consta que llegaban con cara de “susto anticipado”; y en verdad, a algunos les pasaron cosas extrañas…

Cierto, en la casa sucedieron cosas inexplicables…

Un día, llegó Jaime acompañado por Carlos y Pepe, que venían a pasar unos días a la hermosa ciudad… Jaime le preguntó a la tía si “El palomar” se encontraba desocupado, para dormir ahí en las noches y no molestar si llegaban tarde.

Por la noche, después de estar un buen rato en el café con los amigos morelianos y los visitantes, Paco se retiró, argumentando que al día siguiente se tenía que levantar temprano…

Llegó a la casa, subió a su habitación y como siempre, se acostó para leer un buen rato… pasó el tiempo… vagamente escuchó cuando se abrió la puerta de la calle… después de un rato, la protesta lastimera de la anciana puerta de la azotea…

Jaime, Carlos y Pepe, pasaron por el espacio de la fuente sin encender el foquito… la luz de la hermosa luna iluminaba claramente el camino, aunque las plantas, bajo la luz de la luna y con un ligero vientecillo, parecían duendes traviesos… deslizaron con un poco de ruido la puerta corrediza… prendieron la luz del cuarto y cerraron, también con un rechinido, la puerta; Carlos se acomodó en el sillón, mientras los otros dos se disputaban el mejor lugar de la cama… Ya con la luz apagada, poco a poco fueron rindiéndose a un reparador sueño… una respiración suave y acompasada provenía del sillón…

La luz de la luna se colaba por las pequeñas ventanitas dando un fantasmagórico tono azul-plata al interior del cuartito… de pronto… “¡CRRIIIICHHHH… CRRIIIIICHHHH…!” ¡El sillón se movió…! Dos pares de ojos, redondos como platos, escudriñaban desde la cama… Carlos siguió durmiendo… pasó un rato sin el más mínimo ruido… “¡CRRIIIICHHHH… CRRIIIIICHHHH…!” ¡Otra vez el sillón se movía…! Pepe se paró de un brinco y encendió la luz… sólo así despertó Carlos…

-¡Se movió el sillón…! ¿No sentiste…?- casi gritaron sus amigos…

-¡No…! ¡Ya duérmanse…!- Les dijo Carlos medio adormilado…

Al día siguiente comprobaron que en efecto, el sillón no estaba en su posición original; pero pasó sin darle mayor importancia…

El día transcurrió paseando los cuatro por las deliciosas calles morelianas y disfrutando de la compañía de los amigos en el café… Paco se retiró cerca de las diez de la noche…

Alrededor de la una de la mañana, llegaron los paseantes…

La protesta rechinante de la puerta que daba a la azotea, se escuchó en toda la planta alta… Las tías ya acostumbradas, no la escucharon… ¡Sabían que la puertita era malhumorada…!

La luna discretamente iluminaba el camino a través del tul de algunas nubecillas vagabundas… los tres amigos admiraron las luces casi pueblerinas de la ciudad desde el espacio techado… empezaron a caminar hacia el cuartito… pasaron la puerta de barrotes de madera… en eso… “¡CLIIICK…!” ¡El foquito rojo se encendió solo…! ¡Los tres se detuvieron viendo como hipnotizados la luz roja…! ¡Daba un ambiente aterrador al espacio de la fuente, al iluminar de un tenue color rojizo las macetas, las plantas y el agua de la fuente…! ¡Voltearon a todos lados… no vieron nada… no había nadie…!

Poco a poco caminaron hacia el frente, alejándose en lo posible del foco… apenas iban pasando por ahí… “¡CLIIICK…!” “¡CLIIICK…!” ¡El foco rojo se apagó… y se volvió a encender…! se quedaron paralizados, sin saber si correr hacia el cuarto o regresar… solo un instante… ¡Los tres corrieron al cuarto… abrieron y cerraron sin ningún cuidado la puerta corrediza… Jaime se dirigió a prender la luz del cuarto y antes de hacerlo, por fuera… “¡CLIIICK…!” “¡CLIIICK…!” ¡El foco se apagó y se encendió! ¡Los tres brincaron a la cama…! “¡CRRIIIICHHHH… CRRIIIIICHHHH…!” ¡El sillón se movió…! “¡MIIIIAAAAAUUUUUU…!”

Los gritos de los tres hicieron coro con el maullido de un gato que pasó por fuera… Temblando, uno de ellos logró encender la luz… ¡La puerta corrediza estaba medio abierta…! Poco a poco la “razón psicológica” se impuso, se culparon mutuamente de no haberla cerrado bien, y después de cerrarla y asegurarla, y de discutir durante un buen rato lo sucedido, estuvieron de acuerdo en que no podía ser una broma de Paco, que dormía en el cuarto amplio y alto de abajo… se durmieron los tres vestidos, sobre la cama… ¡Y con la luz encendida…!

Al día siguiente platicaron a las tías y a Paco lo sucedido… Y esa noche, durmieron en el cuarto de Paco…

A muchos años de distancia, Carlos recuerda fielmente lo sucedido… se le eriza la piel… “-¡No pudo ser una broma tuya…! ¿Verdad…?

-Y se contesta: El foquito estaba arriba y muy lejos de tu cuarto… ¿y el sillón…? ¿y la puerta…?”- Y mueve la cabeza soltando una risita nerviosa…

A mí, aunque no me sucedió y sólo escuché los estruendos varios metros arriba, también se me eriza la piel… igual que ahora que lo escribo…

Paco López Mejía. Es abogado por la UNAM. Orgullosamente moreliano, apasionado de su ciudad, historia, misterios y leyendas. Le gusta poner en práctica la magia y la fotografía.

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