Por PACO LÓPEZ MEJÍA*
Cuando niños, después de cenar, le pedíamos a mi papá que nos platicara “algo”; así supimos de todos los lugares de Michoacán en donde había tenido un estudio fotográfico, de los lugares en donde, además, con la autorización correspondiente, había fungido como médico homeópata; de los periódicos y revistas que en compañía de otros poetas y soñadores publicó, de las travesuras y bromas de su juventud y de tantos y tantos episodios de su vida.
Muchas veces, la charla derivaba –o la hacíamos derivar- en narraciones de “sustos”, y nos contaba lo que le había sucedido a su mamá, a un tío o a un amigo y, muy ocasionalmente, a él mismo… Oíamos como muy lejana la voz de mi madre: -“¡Chucho… no les cuentes eso a los niños…!”- Pero ante la insistencia de los ya apretujados hijos, las narraciones continuaban, y cuando ya estábamos con los ojos desmesuradamente abiertos y hasta temblando, mi padre se levantaba de su silla y decía con una ligera sonrisa: “¡El último que se vaya… apaga la luz…!” Sobra decir que todos los hermanos y hermanas nos atropellábamos para no ser “el último”.
Una de esas narraciones, de un hecho que le sucedió a mi padre, es la que ahora comparto.
Allá en las postrimerías de los años 30’s, Jesús era Subteniente del Ejército… Bueno, en realidad no era militar de carrera, sino que había sido contratado por el gobierno federal como fotógrafo, para participar en el levantamiento del censo ejidal, y con la finalidad de que los soldados le respetaran, se le confirió el grado mencionado.
Su labor consistía en recorrer los más recónditos y pequeños caseríos o centros ejidales con un grupo de militares, para tomar fotografías de identificación de aquellos que tenían o pretendían tener derecho a la dotación de una parcela.
De tal manera que recorrió a caballo gran parte de nuestro hermoso estado, llevando consigo sus implementos de trabajo: una cámara de aquellas grandes y estorbosas, así como las necesarias y suficientes placas y portaplacas.
Llegaba la patrulla castrense a algún caserío o un centro ejidal y mientras la tropa buscaba el lugar cercano y propicio para levantar un campamento y armar un sencillo cobertizo para los caballos, los oficiales se daban a la tarea de conseguir un alojamiento en el que pudieran pasar las noches necesarias y en el que estuviera resguardado el elemental equipo fotográfico.
Así, en ocasiones se les facilitaba una habitación en alguna casita y en otras un simple granero, una caballeriza, o un cuarto maltrecho y abandonado.
Una vez, allá por Tierra Caliente, llegaron a un pequeño caserío y, como de costumbre, los oficiales se dieron a la tarea de conseguir alojamiento más o menos “digno”… El lugar era, como tantos, de campesinos pobres que vivían en humildes jacales hechos por ellos mismos, pero el más pudiente, tenía además, un poco alejado de su casa, un cuarto grande, construido con adobe, que cuando había cosecha hacía las veces de granero y en otras épocas servía para resguardar herramientas, animales o lo que fuera necesario… Aquel lugar podía servir a los oficiales que eran dos: Un teniente y el fotógrafo subteniente, Jesús…
La noche estaba a punto de caer sobre el paupérrimo caserío y con ayuda de uno o dos soldados, a la luz de algunas velas, los oficiales limpiaron en lo posible el cuartucho, pomposamente llamado granero, y con algunas cajas de madera y tablas, improvisaron las “camas” de los oficiales.
Aquel “aposento” carecía de ventanas y tenía una armazón de tablas que ya habían visto pasar tiempos mejores y que hacía las funciones de puerta. Pero, en fin, el lugar era razonablemente útil y lo suficientemente amplio para albergar a los dos oficiales y al equipo fotográfico…
Pero antes de continuar, es necesario describir brevemente el “dormitorio”; como ya he dicho, era un cuarto que limpiaron de “tiliches” los militares. Visto de frente, a la derecha la desvencijada puerta, por dentro, al fondo y a la izquierda las “mullidas camas” de los oficiales y dos cajas de madera al lado de ellas, que servirían para poner sus ropas por la noche. Muy cerca de allí, se levantaba el campamento de los soldados y un precario cobertizo para la caballería…
Durante la frugal merienda compuesta de un sabroso café de olla y un buen trozo de “pan de rancho” que les ofreció el propietario del lugar, éste les dijo una o dos veces –Si escuchan algún ruido raro, no se asusten, no pasa nada…
Los militares se limitaron a sonreír condescendientes…
Se prepararon para dormir… El subteniente Jesús y su superior pusieron un rústico candelero con una vela en el centro del cuarto, a fin de no dormir completamente a oscuras, hicieron una breve revisión al aposento y atrancaron con un trozo de madera la “puerta”. Se alcanzaba a oír la charla y risas de los soldados y el canturreo de un pretencioso arroyuelo que pasaba cerca…
Poco a poco, los ruidos fueron acallándose y el cántico del arroyuelo se hizo arrullo…
El cansancio venció a los oficiales… Dormían lo más plácidamente que les permitían sus duras camas, cuando de pronto… en la “puerta”… un suave “¡Toc…toc…toc…!” Ambos despertaron al mismo tiempo y vieron oscilar la flama de la vela en el centro del cuarto… el Teniente, más acostumbrado a las reacciones inmediatas, se levantó de un salto, tomó de la “mesa de noche” la pistola, cogió el candelabro y brincó a abrir la puerta… detrás de él, Jesús… alumbraron en lo posible con la vela y… ¡Nada…! ahí no había nadie… se oían inquietos los caballos… Salieron a rodear el galerón pero no encontraron nada en los alrededores…
Extrañados regresaron a su improvisado dormitorio y fue entonces que se percataron que durante todo ese rato no habían oído el cantar del arroyito, que ya había vuelto a entonar su melodía…
En fin, volvieron a atrancar la desvencijada puerta, colocaron nuevamente la vela en el centro y se dispusieron a reconciliar el sueño…
No habían pasado ni cinco minutos cuando escucharon el relinchar de los caballos y algunos gritos de los soldados. El teniente ya se disponía a levantarse nuevamente, cuando todo quedó en silencio… también el arroyuelo… los militares intercambiaron miradas de extrañeza… en eso… “¡TOC… TOC… TOC…!” ¡Fuertes golpes en la puerta! Como si la hubieran golpeado con una piedra… El teniente tomó nuevamente su arma…
Pero la pistola cayó de su mano cuando se repitieron los fuertes golpes y al mismo tiempo… ¡El candelabro con la vela se movió hacia el extremo opuesto del cuartucho…! Se repitieron los golpes y nuevamente el candelabro, como movido por una mano invisible, parecía huir de ellos… la flama oscilaba peligrosamente… Jesús se había levantado de un brinco y empezaba a vestirse para salir de ahí…
Silencio… la vela en su nueva ubicación…
“¡TOC, TOC, TOC…!” Tres golpes fuertes y apresurados… y el candelabro nuevamente huyendo hacia el extremo contrario. A lo lejos el relinchar de los equinos, gritos de soldados… El teniente se armó de valor y de su pistola, y estaba a punto de abrir la puerta, cuando ¡tres nuevos golpes fuertes y apresurados lo detuvieron…! Quedó como paralizado… de pronto empezaron a disminuir hasta cesar los ruidos de la caballería, se acallaron los gritos… vieron que el candelabro ¡casi había llegado a la pared…! El arroyito había reiniciado su melodía y se escuchaba el suave cantar del viento en el follaje de los árboles cercanos…
Todo volvía a la calma… Repuestos del susto los oficiales se asomaron, ahora sin vela y solo vieron la absoluta calma del campo iluminado de plata por la luna…
Los soldados se encontraban de pie, asustados, buscando qué había inquietado tanto a los caballos… ¡Nada…! No encontraron nada, solo que inexplicablemente, la pequeña fogata se había apagado completamente… como si alguien le hubiera echado agua… y se hubiera dedicado a dispersar los carbones y trozos de madera a medio quemar…
Al día siguiente, el propietario del lugar les ofreció a todos un poco de leche y pan… y comentó, como si nada: -Espero que hayan dormido bien… a veces se oyen ruidos y se mueven las cosas… pero ¡no pasa nada…! Debe ser solo alguna ánima… pero ¡No hace nada…!
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*Paco López Mejía. Es abogado por la UNAM. Orgullosamente moreliano, apasionado de su ciudad, historia, misterios y leyendas. Le gusta poner en práctica la magia y la fotografía.