Por PACO LÓPEZ MEJÍA*
Ya en otra ocasión, les comenté que los eventos que salen del ámbito de nuestra comprensión, extranormales o como quiera llamárseles, no solo ocurren en aquellas casonas antiguas de una ciudad o en el campo en las que es posible que hayan sucedido eventos dramáticos que hubiesen dejado alguna “huella energética” y que, tal vez, la llegada de un nuevo ocupante particularmente dotado o sensible, reactiva esa energía y se traduce en sucesos fuera de lo normal.
Conozco desde hace mucho tiempo, creo que desde que tengo memoria, a dos damas morelianas; son dos hermanas que viven en una colonia relativamente nueva del poniente de nuestra ciudad; como muchas damas ya mayores, se encuentran entregadas a sus rezos a sus bordados y a sus tejidos… a su asistencia cotidiana a la iglesia, ajenas a las actuales tecnologías aunque conocen de su existencia.
Hace tiempo, una vez que las visité, nos encontrábamos en la mesa del comedor tomando un delicioso café de olla, cuando de pronto, en la escalera “¡Paash… paash… paash…!” ¡Unos pasos…! Creí que tal vez alguno de sus sobrinos o hermanos se encontraba de visita y miré hacia la escalera para saludarlo, pero María, la menor de ellas, viéndome a través de sus gafas sostenidas en la punta de la nariz, me dijo de inmediato: -Son los pasos que de vez en cuando se oyen…
Obviamente, la charla derivó en esos temas y, recientemente, en otra de mis visitas, les comenté de estos relatos que comparto con ustedes y me autorizaron a narrar algunos hechos que han acontecido en esa casa, con la petición de que no revelara sus nombres reales ni la ubicación de la casa; petición a la que doy cumplimiento cambiando los nombres de ellas y sin mencionar ni siquiera el nombre de la colonia.
El hecho que ahora les relataré, tuvo lugar en la última década del siglo pasado. Me fue narrado por su protagonista, la mayor de las hermanas a que me he referido.
Eugenia, a quien llamaré simplemente Gena, había vivido muchos años fuera de su ciudad natal, la tierra de sus mayores… Su mamá, también había vivido fuera de Morelia mucho tiempo y hacía dos o tres años que había regresado a vivir a su ciudad, en una casa de dos pisos, en una colonia algo retirada del centro y, como he dicho, relativamente nueva. De tal manera que cuando Gena decidió radicarse definitivamente en su ciudad, se fue a vivir con su mamá, quien era viuda y vivía sola, pues todos sus hijos e hijas habían hecho su vida y solamente uno de ellos vivía muy cerca de su casa.
Así pues, un poco por estar junto a su madre y otro poco por el amor a su ciudad, Gena se acostumbró rápidamente a su nueva vida… y a su nueva casa… vivían las dos solas… o al menos… eso creían…
Un portón grande metálico, con una puerta más pequeña al lado derecho, da acceso a la cochera para un vehículo chico, como el de Gena. Al entrar por la puerta pequeña, se aprecia al lado derecho, la ventana de un pequeño estudio, enseguida, directamente frente a la puerta metálica se ve la puerta de madera y cristal de la casa, con su cerradura con manija por fuera y por dentro. Ya dentro de la casa, una estancia amplia –sala comedor-, que comunica a la cocina y a un pequeño patio trasero; al lado de la puerta de entrada, una escalera de madera que lleva a la planta alta…
La casa colindaba en ese entonces con un lote baldío a la derecha y otro lote bardeado pero también sin construcción, a la izquierda, así como una casa permanentemente desocupada en la parte posterior…
Gena disfrutaba de la compañía de su mamá y de su ciudad… se había acostumbrado al silbato del tren que pasaba a pocas cuadras y a… aquellos ruidos inexplicables que de vez en cuando se escuchaban y parecían provenir de los terrenos colindantes… como si en ellos hubiera casas habitadas…
Todavía no lograba acostumbrarse del todo a aquel sonido de pasos en la escalera, aunque siendo una mujer bastante culta, los atribuía al efecto del cambio de temperatura en la madera… claro… cuando sucedía por la noche…
Como ya señalé, un hermano de Gena vivía muy cerca de ellas, tenía llave de la casa y acostumbraba visitarlas con mucha frecuencia, aunque por su trabajo en ocasiones tenía que viajar fuera de Morelia… Cierto día, cuando Gena había salido al centro de la ciudad, Pepe su hermano, pasó a la casa a avisar a su mamá que saldría de viaje unos días…
Esa noche, alrededor de las ocho, Gena acababa de llegar a su casa; después de dejar su carro en la cochera y de cerrar con llave la puerta metálica, así como la puerta interior de madera, saludó a su mamá que se encontraba en el comedor, y subió a la planta alta… apenas había entrado a su habitación cuando escuchó que alguien abría la puerta metálica de la calle… -Es Pepe- pensó creyendo que era su hermano que pasaba a saludarlas… escuchó claramente el ruidoso “¡Craaasssh…!” de la puerta al cerrarse, y se dirigió a la escalera para bajar a saludar a su hermano, cuando… “¡Cliiick… traaank…. cliiick… traaank…!” La manija de la puerta de madera se movía… alguien empujaba desde afuera la puerta… Al fondo de la estancia, la mamá de Gena gritaba: “¡Pepe… Rogelio… Javier…!”
Gena bajó la escalera lo más rápido que pudo y vio la manija de la puerta moviéndose, la puerta claramente empujada desde afuera a cada movimiento de la manija, como si alguien tratara de abrirla a la fuerza…
-¡Ya voy, ya voy…!- gritó Gena, quien creyó que su hermano Pepe había olvidado la llave de la puerta interior, pero intrigada por los gritos de su madre, se dirigió al fondo de la estancia y le preguntó porqué gritaba los nombres de sus hermanos…
-¡Hija, alguien quiere entrar, es para que crean que no estamos solas…- contestó la señora…
-Mamá, seguramente es Pepe que olvidó la llave…
Mientras tanto, se escuchó nuevamente aquel “¡Cliiick… traaank…. cliiick… traaank…!” y la manija de la puerta se movía… Sí, alguien trataba de abrir la puerta de madera…
-No Gena, Pepe salió de viaje hoy…
Gena muy asustada, miró hacia la puerta y solo alcanzó a percibir un último movimiento de la manija y un nuevo empujón a la puerta… corrió a tomar el teléfono para pedir auxilio… un parpadeo en las luces la detuvieron… pero ya no hubo más ruido… ya no hubo más movimiento en la puerta… “¡Paash… paash… paash…!” ¡Los pasos en la escalera…! ¡Las luces se apagaron…! solo un momento, tal vez uno o dos minutos que a Gena y a su mamá les parecieron una eternidad…. Silencio… silencio…
La luz de la calle se filtraba por los cristales que adornaban la puerta…
La luz de la casa había regresado… solo algún ligero parpadeo… y afuera… silencio… silencio…
Mientras su mamá se dirigía a encender una veladora, Gena armándose de valor fue hacia la puerta… trató de ver algo a través de los cristales… ¡Nada… nadie…! Reconstruyó mentalmente lo que había hecho desde que llegó a la casa… sí había cerrado con llave la puerta metálica… sí había cerrado su auto… sí había puesto llave a la puerta de madera…
En fin, decidió abrir la puerta y, temerosa, encendió la luz de la cochera… se asomó… ¡Nada…! Decidió revisar la cochera, atrás del carro… cautelosamente lo hizo y… ¡Ahí no había nadie…! Revisó la puerta metálica ¡Perfectamente cerrada…!
Todavía pálida por el susto, regresó al interior de la casa… cerró nuevamente la puerta y vio a su mamá parada al fondo, junto a una imagen religiosa y una veladora encendida, con el Rosario en la mano…
-¡No hay nada, mamá…!
-No te asustes, hija- repuso la señora… –seguramente fue alguna animita… vente… vamos a rezarle un poco…
Al terminar de contarme esto, Gena todavía temblorosa, reflexionó… -¿Qué vería mi mamá, qué oiría… durante el tiempo en que vivió sola en esta casa…?
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*Paco López Mejía. Es abogado por la UNAM. Orgullosamente moreliano, apasionado de su ciudad, historia, misterios y leyendas. Le gusta poner en práctica la magia y la fotografía.