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“Mis sustos (3)”. Por Paco López Mejía

Por PACO LÓPEZ MEJÍA

Tal vez recordarán ustedes, que hace tiempo les platiqué algunos hechos “curiosos” -por llamarlos de alguna manera-, que ocurrieron en el departamento en el que vivíamos hasta hace poco tiempo, con mi familia.

Seguramente recordarán que mi hija en una ocasión vio en el pasillo entre nuestro edificio y el siguiente, a una mujer delgada, vestida de negro, de cabellera larga, que de pronto ¡Se esfumó…! Hecho que se repitió otra vez y que tuve oportunidad de verlo.

Tal vez recuerden también que les platiqué que una vez, cuando me disponía a escribir un relato de los que les comparto, encontrándome solo en el departamento, de pronto escuché un fuerte golpe en la cocina y cuando fui hacia allá, la luz de la cocina estaba encendida, a pesar que, como he dicho, yo me encontraba solo y, estoy seguro, todas las luces estaban apagadas… Esa misma tarde, mi silla prácticamente se desarmó sin razón alguna y estuve a punto de caer; y también que el día siguiente, cuando me disponía –ahora sí- a escribir mi relato, de abajo de uno de mis libreros salió rodando una pelotita roja, juguete de mi perrita, que hacía mucho tiempo que no encontrábamos. Mi perrita nunca quiso volver a jugar con esa pelota y, como algunos de ustedes sugirieron, la tiré a la basura.

Pues bien, no se si en ese departamento o en esos edificios, habite un duende, o un ser de otras dimensiones que de vez en cuando tiene la gran ocurrencia de jugar ahí…

En otra ocasión, por la tarde, mi hija estaba jugueteando un poco con mi perrita en la sala y, de pronto… ¡La perrita salió corriendo, gruñendo y ladrando hacia la azotehuela…! ¡Los pelos del lomo erizados…! Dispuesta a cumplir con su obligación de guardiana de la casa… sus fuertes ladridos aunados a amenazadores gruñidos, no dejaban lugar a dudas: Ahí había un intruso…

No podía tratarse de un ser humano, pues no había acceso alguno por ese lado… ¿Tal vez un gato aventurero? ¡No! Pues aunque nos encontrábamos en un primer piso, en la azotehuela no hay forma de que entrara un felino, ya que la teníamos –y así sigue-, cubierta con una malla de alambre bastante cerrada… Sin embargo, la valiente defensora se encontraba en el centro de la cocina, ladrando furiosamente hacia la azotehuela… el cancel que separa ambos espacios, se encontraba abierto… poco a poco, fue tranquilizándose, y aún gruñendo levemente, se acercó hacia la azotehuela… sin entrar ahí, olfateaba hacia arriba… veía hacia la ventana de la azotehuela y gruñía… de pronto… ¡Pegó un salto hacia atrás… y volvió a ladrar con furia, con coraje, los pelos del lomo denotaban su enojo…!

Obviamente, en ese momento, ya nos encontrábamos mi esposa, mi hija y yo tratando de ver qué había inquietado a nuestra defensora… pero… ¡Ahí no había nada… no había nadie…!

En esos momentos, llegó mi hijo a la casa y aunque es “el ídolo” de mi perrita, apenas le movió la cola… olvidó los brincos y zalamerías que le hace cada vez que entra por la puerta… ella seguía pendiente de algo… de alguien… que ahí estaba… pero que solo ella veía… ¡Y estaba dispuesta a atacarlo…estaba dispuesta a defendernos…!

Mi hijo opinó que tal vez se habría metido un roedor y se dispuso a revisar palmo a palmo la azotehuela, que aunque bien iluminada, tenía posibles escondrijos, como la parte de debajo de la lavadora… En fin revisó todo, incluso, movimos la lavadora, mientras la perrita seguía atentamente nuestras pesquisas, gruñendo de cuando en cuando…

No encontramos nada, pero en los tres o cuatro días siguientes, notamos que nuestra mascota, entraba frecuentemente a la azotehuela, olisqueando por todos lados… ¡Nunca supimos qué fue…!

Pasó…

Una tarde, se encontraban mi hijo y mi esposa platicando tranquilamente sentados a la mesa del comedor…

La perrita echada junto a los pies de mi hijo…

Sobre la mesa, se encontraba un frutero que tenía entre otras frutas, manzanas y naranjas que rebasaban ligeramente el borde del frutero…

La perrita ya había decidido tomar como cabecera un pie de mi hijo… ¡Y hasta roncaba ligeramente…!

Ambos, mi esposa y mi hijo, comentaban tranquilamente un video que acababan de ver… de pronto… “¡Traaasshhhh…!” ¡Las manzanas y las naranjas salieron despedidas del frutero… y rodaron por la mesa con tal fuerza que algunas cruzaron toda la mesa y cayeron al piso…!

La perrita salió corriendo y, en lugar de irse hacia la recámara de mi hijo, que era su refugio predilecto… ¡Se dirigió a la azotehuela a ladrar y a oler minuciosamente todo el lugar…! Mi esposa y mi hijo fueron a toda prisa a ver qué había ahí y… ¡Nada…!

Ya un poco más tranquilos, las frutas nuevamente en su lugar, trataron de repetir algunos de los movimientos que hicieron para ver si la mesa se movía y caían las naranjas y las manzanas, pero no volvió a suceder…

Ha pasado el tiempo, dejamos ese departamento porque creo que cuatro personas, una perrita y un duende no cabíamos ahí. Todavía tenemos unas cuantas cosas en ese lugar, porque lo estoy arreglando; pero como la seguridad en esta gran ciudad es prácticamente un mito, dejamos bien asegurado el departamento: un prominente ingeniero en informática le puso un sistema de alarma que nos comunica al instante cualquier intento de intrusión, de tal manera que cualquier movimiento extraño en la puerta, es reportado a los teléfonos celulares de la familia, pero también en el interior puso un detector de movimientos, lo cual en lo personal me pareció un exceso, pues para que alguien se mueva en el interior, debe entrar por la puerta, ya que los otros posibles accesos –como las ventanas- tienen protecciones metálicas… Sí, para que alguien se mueva en el interior, debe entrar por la puerta… ¿o… no…?

Como he dicho, estoy arreglando personalmente ese departamento, así que tengo botes de pintura, una bolsa con yeso, papel periódico, hules, en fin, todo lo que un albañil que se precie debe dejar “regado” en su espacio de trabajo…

Una noche, ya de madrugada, mi hija recibió en su celular una notificación…

El sensor del interior del departamento… había percibido un movimiento… algo había cruzado por la sala…

Mi hija esperó unos segundos para ver si el sistema le notificaba la apertura de la puerta de acceso… ¡Nada…!

Esperó un rato más… ¡Un nuevo movimiento en la sala…! ¡Algo o alguien había pasado por ahí…!

Esperó un poco para ver si se activaba la alarma de apertura… En vano… no volvió a recibir ningún mensaje…

Al día siguiente, muy temprano, me dijo que había recibido una notificación del sensor de movimiento…

Obviamente, apenas la dejé en su trabajo, y me fui de inmediato a nuestro antiguo hogar…

Debo decir que llegué con cierto temor de que alguien hubiera entrado, no por los “tiliches” que tengo ahí, sino porque pensé que, tal vez, alguien se encontrara adentro…

Llegué al pasillo, me encontré con un vecino que vive exactamente frente a nuestro departamento y a quien le hemos pedido que en lo posible, vigile nuestra propiedad; tratando de no darle importancia, le pregunté si había alguna novedad, a lo que me contestó que no, que todo estaba tranquilo… Desde la puerta, desactivé la alarma…

Entré con cierto temor… a pesar que era de día encendí las luces… tal vez esperando encontrar un desastre… pero nada… todo estaba en su lugar… incluso una brocha que había dejado en precario equilibrio sobre una pequeña escalera, estaba en su lugar…

Revisé todo, buscando si habría podido meterse un gato, pero como ya lo dije, es imposible… Tampoco he encontrado huella alguna de un pequeño roedor… Era –y es- evidente que solo quien esto escribe ha entrado ahí. Recientemente he ido todos los días y cada vez que entro, siento la curiosidad de revisar nuevamente para ver si hay, por ejemplo, rastros de algún ratón… Definitivamente, ahí no entró nadie más… Pero…

Pero, en el teléfono celular de mi hija, está la notificación del sistema… ¡Algo o alguien… una madrugada… cruzó dos veces por la sala…!

Espero, sinceramente, que no vuelva a suceder…

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*Paco López Mejía. Es abogado por la UNAM. Orgullosamente moreliano, apasionado de su ciudad, historia, misterios y leyendas. Le gusta poner en práctica la magia y la fotografía.

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