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“Cabos sueltos (6)”. Por Paco López Mejía

Por PACO LÓPEZ MEJÍA

Como recordarán quienes han seguido mis relatos, la serie de “Cabos sueltos” se compone de pequeñas narraciones de hechos que he conocido, pero que en realidad no tienen la trascendencia o “el material” suficiente para hacer un relato en toda forma, digno de figurar por sí solo en las publicaciones de nuestro grupo, pero que finalmente, no dejan de ser interesantes o por lo menos, intrigantes. Hoy continúo pues, con estos “Cabos sueltos”.

14. Hace tiempo, habíamos acostumbrado pasar algunas vacaciones en una ciudad del estado de Oaxaca, a donde hemos dejado de ir principalmente porque las actividades de los miembros de la familia a veces resultan algo “incompatibles”.

En verdad era una delicia estar en esa ciudad precisamente en la época en que se celebra la feria del lugar; asistir a las festividades tanto religiosas como civiles; escuchar las bandas de aquellos lugares –no música de “banda”-, tocando la hermosa música oaxaqueña, oír la Canción Mixteca y ver cómo las personas mayores escuchan con tanto respeto y embeleso “Dios nunca muere”… Siempre me sorprendió ver que las personas mayores se ponían de pie y los señores se quitaban el sombrero al empezar las primeras notas de ese Himno Oaxaqueño…

En fin, en una de esas temporadas, como en tantas otras, nos hospedamos en la casa de algunos familiares; nuestros hijos eran unos adolescentes, y después de haber estado disfrutando de las atracciones de la feria, decidimos retirarnos a dormir… Cuando llegamos, no había nadie más en la casa, ya que los juegos mecánicos y otras atracciones continuaban en la feria y allá estaban todos…

Debo decir que al lado de la casa, había un terreno baldío bastante grande, que tenía al frente una barda con una puerta ancha, y en donde algunos miembros de la familia guardaban sus vehículos; por dentro, a un lado, había unos cuartos ya bastante deteriorados, pero que servían para guardar algunas herramientas… el lugar, de noche, era por decirlo así, algo tétrico, pues no había ninguna luz, y varias veces habíamos comentado si no “asustarían” en ese lugar. Alguien me había comentado que una vez, al meter su vehículo al terreno, había pasado frente a él, por dentro del baldío, un señor con sombrero, que había volteado hacía el carro… pero no se le veían los ojos… y en un parpadeo ¡había desaparecido…! Pero nunca pude conocer algún dato más, ni saber de algún otro hecho extraordinario…

Aquella noche, ya habíamos cenado algo y nos disponíamos a dormir… todo tranquilo… a lo lejos, llevadas por el suave y cálido viento, se escuchaba aquella mezcla de sonidos, música, gritos, tan propia de las ferias… pero fuera de eso, todo era tranquilidad…

La habitación que se nos había asignado, era larga hacia el fondo de la casa… nuestros hijos se encontraban preparando sus camas… yo había ido a apagar las luces de la cocina y el comedor y a ver que todo se encontrara cerrado… eran cerca de la una de la mañana… de pronto… “¡GGGGRRRRRRRUUUUUUUUUMMMMMMHHHHH…!” Por arriba de la casa, por la azotea, pero por el lado que daba al terreno baldío, se escuchó una especie de gruñido o mugido o bramido largo, sordo y fuerte, que fue recorriendo toda la casa desde el frente hasta el fondo… Como si el ser que lo había emitido hubiera ido corriendo por toda la azotea hasta el fondo de la construcción, acallando momentáneamente los sonidos de la feria…

Me dirigí de inmediato hacia la habitación y vi a mi esposa y a mis hijos como paralizados, viéndose unos a otros, con la interrogación en las miradas…

¿Qué fue eso…? Preguntaron casi al unísono… me veían… los veía… y ninguno aventuraba una respuesta… estuvimos callados un buen rato esperando por si se volvía a producir aquel sonido, pero no volvió a ocurrir.

Al día siguiente, cuando lo comentamos con la familia, hubo quien lo atribuyó a un chivo viejo y grande que estaba amarrado en el otro extremo del gran terreno… pero finalmente concluimos que no era posible, pues el sonido era totalmente desconocido y, como he dicho, fue recorriendo toda la casa, por la azotea; lugar a donde era imposible que algún animal grande hubiera podido llegar…

A la fecha, no sabemos qué pudo haber sido… pero cuando lo recordamos, nos viene siempre a la mente aquel bramido o mugido o gruñido que opacó los festivos y alegres sonidos que el viento había llevado hasta donde nos encontrábamos…

15. Hace unos diecisiete o dieciocho años, tomé un curso de naturismo que fue bastante largo y que se fue alargando conforme se desarrollaba el mismo, y a pesar de ello, de alrededor de ciento veinte personas que lo iniciamos, lo terminamos casi cien. En verdad fue un curso interesante en el que se tocaron varios temas de medicinas alternativas, y desde el principio del mismo tuve relación con un compañero que en ese tiempo venía de una ciudad de Michoacán, pero que, según nos platicaba, vivía unos meses en esa ciudad y otros meses en una ciudad del vecino estado de Guanajuato. Muy pronto, fue conocido por todos por las interesantes intervenciones que tenía en las clases, ya que muchas veces orientaba sus preguntas y sus opiniones hacia temas como la brujería o los usos energéticos de algunas plantas; un maestro, de origen español, un día, de pronto, casi como para tomarlo de sorpresa, le preguntó: “¿Cuál es tu animal de poder?” A lo que contestó de inmediato, sin inmutarse, “La liebre”… así que todos empezamos a conocerlo como El Chamán.

Tuve la oportunidad de hacer amistad y platicar bastante con él, porque también era aficionado, como yo, a la fotografía… A él le interesaba lo que yo pudiera aportarle acerca de ese tema, y a mi me interesaban mucho sus experiencias. Este breve relato es uno de los tantos que me platicó y que espero poco a poco compartirlos con ustedes, conforme los vaya desempolvando de mi ya empolvada memoria…

Antes de continuar, debo decir que mi compañero me había platicado antes, que él usaba las plantas medicinales para curar, pero que en realidad lo que más hacía era liberar a las personas que acudían a él, de brujerías o “daños” o “trabajos” que les hubieran hecho. Aunque en realidad no creo mucho en estos temas, siempre he sido respetuoso de las creencias de cualquier persona, así que nunca le expresé mis dudas acerca de las labores que desempeñaba.

Cierta vez, El Chamán me mostró una bonita fotografía en blanco y negro, de lo que parecía ser una liebre, en un amplio espacio parecido a un corral, o patio casero. El animal en cuestión se apreciaba de lejos y de color gris claro, y yo le dije que en realidad no parecía una liebre, sino un conejo grande y le comenté que yo había tenido muchos conejos y podía reconocerlos; claro, mi intención no era cuestionarlo, sino hacer que me explicara aunque fuera brevemente –estábamos en un descanso entre clase y clase-, su relación con ese animalito…

-Mira- me dijo-, en realidad es una liebre, pero lo que pasa es que mi liebre no creció mucho porque es el animal que me protege, y él “recibía” los ataques que me dirigen a mi. Cuando alguien está haciendo “un trabajo” a una persona –continuó-, y yo lucho contra lo que hace, puedo recibir ataques, entonces mi animal de poder me protege y muchas veces él recibe los ataques. Esta liebre, era un macho que no creció mucho porque en esa época tuve varios ataques que él recibió y finalmente murió, hace cerca de dos años…

-Pero esta foto se ve reciente- le dije, recordando que he practicado la fotografía prácticamente desde niño.

-Sí, es reciente- me dijo El Chamán.

-Y ¿no dices que tu liebre murió hace dos años…?

-Hace cerca… de dos años- me aclaró- pero, precisamente por eso, quiero que tu la veas…- Me entregó la fotografía y me prestó una lupa grande que traía en su morral y que usábamos para nuestras prácticas de iridología…

Sin saber qué era lo que mi amigo quería que viera, me dispuse a observar la foto, y… ¡Si! ¡Había algo raro…! A simple vista no se apreciaba bien, pues como he dicho, el animalito se veía grisáceo y algo retirado del fotógrafo… Pero a través de la lupa… ¡A través de la lupa… se veía perfectamente delineado, pero traslúcido… se podían apreciar detrás de él algunas plantas y hierbas…! ¡Como el fantasma de un conejo grande -o una liebre-…! ¡Sorprendente…! Y más aún porque yo sabía que El Chamán, no tenía ni conocimientos ni aparatos para “trucar” una fotografía, ni su cámara tenía la posibilidad de hacer lo que se conoce como “doble exposición”…

Vio la cara que puse y, sencillamente como si fuera lo más natural, me dijo: Tomé la fotografía en el patio de mi casa solo para acabar el rollo, pero no sabía que mi animalito de poder… había venido a visitarme… O tal vez… a protegerme…

A la fecha, recuerdo claramente aquella fotografía y me recrimino por no haberle pedido una copia, y aunque sigo pensando que era un conejo grande… no puedo explicarme porqué con la lupa, se veía como si realmente fuera el fantasma del animal que según mi amigo, dio la vida por protegerlo…

Espero hayan sido de su agrado estos “Cabos Sueltos”

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*Paco López Mejía. Es abogado por la UNAM. Orgullosamente moreliano, apasionado de su ciudad, historia, misterios y leyendas. Le gusta poner en práctica la magia y la fotografía.

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