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“Cabos sueltos (7)”. Por Paco López Mejía

Por PACO LÓPEZ MEJÍA

Como recordarán quienes han leído mis relatos, en la serie de “Cabos sueltos” he ido narrando hechos extraordinarios o inexplicables que, en realidad, no tienen la sustancia necesaria para hacer un relato en toda forma, digno de aparecer junto con otros relatos que se publican en nuestro grupo, pero que no dejan de ser, por lo menos, intrigantes. En esta ocasión, continúo con esos “Cabos sueltos”

16. En mis dos últimos relatos, les platiqué de algunos hechos inexplicables que me narró Yenny, una amiga mía que es psicóloga y que radica en un estado del norte de la República, hechos sucedidos en la casa de Ana, en donde su nieta Sandrita vio y jugó con su bisabuela ya fallecida y a la que no conoció, pues emprendió el viaje inevitable unos meses antes del nacimiento de Sandrita. La niña, ahora una linda adolescente de hermosos ojos, también vio a su bisabuelo en la casa de una de sus tías, y lo describió perfectamente… solo que su bisabuelo falleció cuando ella apenas tenía unos meses de haber llegado a iluminar a la familia de Ana…
Pues bien, ahora les narraré algo que “se quedó en el tintero”, relacionado con esos hechos.
En la casa de Ana, como recordarán quienes leyeron los relatos mencionados, de vez en cuando se percibe como llevado por la brisa marina, el añorado perfume suave, tenue, que usaba Chayito, su mamá… el aroma sigue llegando a inundar de amor la casa de Ana… sus hijas y una comadre de ella lo han percibido en innumerables ocasiones…
Pues bien, cierto día, Ana se percató que llevaba días sin ver a su comadre, por lo que decidió ir a visitarla… La ciudad en la que radica, es pequeña, a la orilla del mar y muy calurosa, tanto por su clima como por su gente…
Así que esperó a que llegara la tarde para que aminorara –si es que aminoraba- el calor, y se dirigió a la casa de su comadre… Tocó a la puerta, esperó un rato, y salió a abrir Pepe, el nieto de su comadre, quien conoce desde niño a Ana, y le informó que su abuela se encontraba enferma, postrada en cama, y la invitó a pasar…

Ana estuvo platicando un rato con su comadre y, servicial y buena amiga, le dijo que le mandara su ropa a su casa para lavársela, que se la mandara con Pepe, a lo que accedió la enferma, pues la relación entre ambas es de gran amistad y confianza.
Así quedaron y Ana se despidió prometiendo esperar la ropa y volver a visitar a su amiga y comadre a la brevedad posible…
Pasaron dos o tres días, y Pepe nunca llegó con la ropa de su abuela…
Pero… ¿No llegó…?
En realidad, en la mañana del día siguiente de la visita de Ana, su comadre hizo un paquete de ropa y le pidió a su nieto que se la llevara a Ana. El jovencito tomó el bulto y se dirigió a la casa de Ana… como he dicho, la ciudad no es grande, así que en unos cuantos minutos estaba frente a la casa… tocó a la puerta… esperó a que abrieran… escuchó unos pasos suaves, como ligeramente arrastrados en el interior de la casa, creyó que abrirían de inmediato… pero nadie abrió la puerta…
Tocó nuevamente un poco más fuerte, volvió a escuchar aquellos pasos como de una persona mayor… ¡Pero nadie abrió la puerta…!
Extrañado, se retiró un poco, dio unos pasos hacia la ventana y allí… allí… vio a una señora mayor de edad, con un gran parecido a Ana… pero no, no era ella, era una señora mayor que Ana, un poco gordita, de dulce sonrisa, que lo veía sin hacer movimiento alguno… Pepe le mostró el bulto de ropa y a señas, le pidió que le abriera… la señora siempre sonriente pareció retirarse de la ventana… Pepe fue nuevamente a la puerta… ¡que nunca se abrió…!
Pensando que tal vez la señora no le había entendido, volvió a tocar, ahora de una manera discreta… nuevamente los pasos en el interior de la casa, suaves, ligeramente arrastrados, evidentemente de una persona de edad avanzada… pareció distinguir que se dirigían otra vez hacia la ventana… y hacia allá fue el jovencito… Sí… allí estaba aquella dulce señora sonriente, que lo veía sin hacer otra cosa… Otra vez Pepe le enseñó el bulto con ropa y le gritó que se lo llevaba a Ana, que se lo enviaba su comadre… la señora en el interior de la casa, pareció asentir suavemente con la cabeza, y se retiró de la ventana… ¡Pero no abrió la puerta…!

Pepe insistió una vez más tocando con los nudillos y alcanzó a oír aquellos pasos que se alejaban hacia adentro de la casa… volvió a ver a la ventana… pero ya no vio a nadie… Tocó una o dos veces más, y como nadie abriera, regresó a casa de su abuela, a la que informó lo sucedido.
Unos días después, Ana fue a visitar a su comadre y de inmediato le preguntó porqué no le había mandado su ropa, a lo que la convaleciente le dijo que sí se la había enviado con su nieto al día siguiente de su anterior visita, pero que no le abrieron, que una señora se asomaba por la ventana, pero nunca abrió la puerta. Ana, de inmediato, recordó que esa mañana ella había tenido que salir y estaba segura que no había nadie en casa… Así que llamaron a Pepe, quien le platicó a Ana lo ya narrado y describió a la señora de la dulce sonrisa… ¡Pero que no le abrió…!
Ante la descripción del jovencito, Ana sacó un retrato de su mamá, que siempre lleva con ella, y se lo enseñó a Pepe, quien afirmó sin lugar a dudas, que era la señora que estaba detrás del vidrio de la ventana… -¿Estás seguro…?- Preguntó Ana.
-Sí estoy seguro, era ella, así sonriente como está en la fotografía…
Ana guardó el querido retrato, volteó a ver a su comadre… y solo comentó: – ¡El perfume…! Ese día al llegar a la casa, se sentía el perfume de mi mamá…
Le informaron a Pepe que era la mamá de Ana, quien ya había fallecido… Pepe sintió un escalofrío recorrer su espalda… palideció notablemente…
¡Y nunca más ha querido ir a la casa de Ana él solo…!

17. Este otro relato breve, se refiere a algo que ha ocurrido dos o tres veces recientemente.
En la unidad habitacional en donde vivo, en la ahora llamada Ciudad de México, los edificios se alinean uno tras otro, formando entre ellos pasillos, unidos por escaleras para acceder a los distintos pisos. Concretamente, en el pasillo que forma el edificio en el que vivo con mi familia, con el que está enfrente, hay cuatro escaleras y nosotros vivimos hasta la escalera del fondo…
Todos los días, tres o cuatro veces al día, debemos sacar a nuestra perrita a pasear, ya sea dentro del pasillo, o saliendo a la calle fuera de la unidad… bueno, esto último cuando a la mascota –que es la que manda- se le antoja… Generalmente, cuando salimos a la calle, va conmigo mi hija y a veces también mi hijo, pero cuando no están ellos, salgo solo con la perrita, la llevo a pasear un rato y regresamos. Como a todos los perros, hay personas desconocidas que le son indiferentes y otras que aparentemente sin ninguna razón, le caen mal y les ladra… Aunque en honor a la buena reputación de mi perrita, debo decir que nunca ha agredido a nadie…
Pues bien, cierta tarde, hace unas semanas, salí yo solo con la perrita y cuando regresaba, mi hija me estaba esperando al fondo del pasillo… no había nadie más, como me cercioré desde la reja de acceso… siempre lo hago…

Mi hija vio que yo iba a abrir la puerta de la reja… y de pronto… como si hubiera salido de la nada, vio a una mujer delgada, de pelo negro y largo, vestida totalmente de negro, que iba de la segunda a la primera escalera… de inmediato pensó que en el momento en que yo abriera la reja, esa mujer estaría detrás de la misma y que tal vez, la perrita, se sorprendería y le ladraría… mi hija pensó en hacerme señas, pero cuando buscó ubicarse para que yo la viera… ¡La mujer de negro… había desaparecido…!
Cuando me acerqué a abrir la reja, la perrita empezó a gruñir hacia adentro, y obviamente, pensé que estaba alguien detrás de la reja, retiré un poco a la perrita y me asomé… Pero no vi a nadie…
Mi hija me comentó lo que había visto, pero lo atribuimos a alguna persona que habría salido momentáneamente de alguno de los departamentos de la planta baja; sin embargo, en otra ocasión, unos días después, cerca de las cinco de la tarde, salimos con la perrita y cuando nos dirigíamos hacia la puerta del pasillo, vimos a esa misma mujer, que se dirigía hacia la puerta y en lo que detuvimos el avance de nuestra perrita… ¡Dejamos de verla…! ¡Sencillamente… desapareció…!
Conocemos aunque sea de vista a todos los vecinos, y no hay ninguna mujer que corresponda a las características que he señalado. No ha habido oportunidad de platicar con otros vecinos, para saber si alguien más la ha visto…
Lo más extraño, es que desde esa vez, nuestra mascota se niega a salir por la tarde hacia la calle, a pesar que en su último paseo por la noche, que es solo en el pasillo, lo recorre a sus anchas dos o tres veces… ¿Quién o qué será…? No lo sabemos y, por mi parte… no tengo la menor intención de averiguarlo…

Espero que hayan sido de su agrado estos “Cabos sueltos”.

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*Paco López Mejía. Es abogado por la UNAM. Orgullosamente moreliano, apasionado de su ciudad, historia, misterios y leyendas. Le gusta poner en práctica la magia y la fotografía.

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