LA PÁGINA NOTICIAS

CRÓNICA. Noche de Ánimas en Arócutin

La Página

Por ALFREDO SORIA

Erongarícuaro, Michoacán.– La madrugada avanzaba lentamente entre el murmullo de las familias y el repique constante de las campanas del templo. A cada tanto, el sonido metálico se extendía por el aire frío, mezclándose con el resplandor de las velas que iluminaban el panteón.

Las tumbas, cubiertas de flores de cempasúchil, estaban adornadas con arcos, fotografías y objetos personales: huellas de quienes, aunque ausentes, volvían a compartir la noche con los suyos. Estamos en Arocutín, comunidad del municipio de Erongarícuaro. Aquí está la última iglesia de la Rivera del Lago de Pátzcuaro, que mantiene en su atrio el camposanto.

Alrededor de ellas se agrupaban familias enteras, envueltas en cobijas o gabanes para mitigar el frío. Algunos hablaban en voz baja, recordando anécdotas del difunto; otros reían con naturalidad, como si la muerte fuera solo una pausa en la conversación. Había también quienes permanecían en silencio, con la mirada fija en la llama de una vela, acompañados únicamente por el eco del viento.

Entre la multitud se distinguían rostros alegres y rostros tristes. En algunas tumbas, una sola persona mantenía la vigilia; en otras, los grupos se multiplicaban, compartiendo comida y bebida mientras la noche seguía su curso.

De pronto, una mujer se levantó de su silla y dijo con voz tranquila: “Yo ya me voy, regreso mañana temprano”. Su frase marcó un momento de transición. Algunos ya habían partido desde horas antes; otros seguían firmes, decididos a quedarse hasta el amanecer.

El ambiente, a pesar de la cantidad de visitantes, se mantenía silencioso, apenas interrumpido por alguna risa lejana o el sonido de las campanas. Turistas nacionales y extranjeros caminaban entre las tumbas, tomando fotografías o simplemente observando. En medio de la penumbra se cruzaban las miradas de quienes visitaban por devoción y de quienes lo hacían por curiosidad.

En cierto momento, el silencio fue roto por la voz de una mujer y el rasgueo de una guitarra. Juntos entonaban pirekuas frente a una tumba. La música purépecha se elevó suave, melancólica, llenando el aire de algo que parecía flotar entre los vivos y los muertos.

Más tarde, un turista con sombrero y cámara en mano se detuvo frente a un hombre que también usaba sombrero y gabán. El visitante lo grabó unos segundos; después, ambos se saludaron y comenzaron a platicar con naturalidad, como si ya se conocieran. Esa escena, sencilla y luminosa, parecía unir dos mundos: el del viajero curioso y el del hombre del pueblo que vive esta noche como parte de su propia historia.

Así transcurrió la madrugada en el panteón de Arócutin: entre la vida y la memoria, entre el murmullo y el silencio, entre los que se fueron y los que aún los esperan.

Fotos ACG