Por VÍCTOR ARMANDO LÓPEZ
La Doctora Silvia Chávez Gallegos representa un ejemplo notable de dedicación y especialización en el campo de la medicina en Michoacán. Como la primera oncóloga pediatra formada en el estado, su carrera refleja una evolución constante marcada por decisiones cruciales, desafíos superados y un compromiso profundo con la salud infantil. De ahí que a la fecha ha intervenido en la salvación de vida de más de 2 mil niños.
De este universo de infantes, muchos siguen teniendo contacto con ella, incluso, ya siendo adultos y profesionistas, varios de ellos muy destacados. Pues no se les olvida el gran trato humano y profesional que ella les brindó para que siguieran con vida. Incluso, algunos cada año viajan desde otros países como Canadá y Estados Unidos para visitarla, para estrecharla con admiración y reconocer su grandeza humana.
Su historia personal y profesional ofrece una visión del desarrollo médico regional y las particularidades de una especialidad que combina el rigor científico con una intensa humanidad, sobre ello relata durante la entrevista que concedió al programa “Conexión” del portal www.lapaginanoticias.com.mx

Silvia Chávez Gallegos se identifica ante todo como una oncóloga pediatra michoacana, originaria de Zacapu. “Soy la mayor de seis hermanos. Mis padres son profesores de primaria ya jubilados, ambos trabajaron por muchos años en Zacapu. Todo lo que soy se los debo a ellos”, afirma con convicción.
En el ámbito familiar, es esposa y madre de dos hijas de veinte y veintiún años que actualmente estudian Odontología. Su esposo también es médico, especializado en intensivismo pediátrico. “Gracias a la pediatría nos conocimos, de hecho hoy es el día del pediatra a nivel nacional”, comenta durante la entrevista.
Sus primeros años de vida transcurrieron completamente en Zacapu. Al evocar su infancia y adolescencia en este municipio michoacano, la Doctora Chávez Gallegos describe: “Yo recuerdo esas etapas como muy bonitas. Cuando naces en un lugar pequeño no dimensionas que existen otros lugares. Y tú pueblo es lo máximo”.

Su experiencia educativa inicial estuvo marcada por la cercanía familiar: “No me gustaba el preescolar, hasta pensaron que no iba a estudiar. Fui a la primaria siempre acompañada de mi mamá, corriendo siempre porque ella tenía que llegar a dar clases y nosotros teníamos que llegar a la escuela”. La transición a la secundaria representó un cambio significativo: “En este nivel me sentí un poco abandonada y un poco en el crecimiento de la adolescencia me costaba como convivir con la gente o con los niños después de haber estado arropada todo el tiempo con mi mamá”.
La preparatoria marcó un punto crucial en su desarrollo: “La mejor parte de la escuela fue la preparatoria”. Durante esta etapa, su vocación médica enfrentó varias influencias. “Cambié en algún momento lo que yo quería hacer. El recuerdo que de niña siempre decía: Voy a ser doctora, voy a ser doctora. Pero escuché a una amiga de la secundaria platicar de una profesión que era después de la secundaria que era trabajo social y que consistía en ayudar a la gente. Entonces dije: ¡No!
Sin embargo, las circunstancias geográficas y el consejo paterno influyeron en su decisión: “No podía estudiar en Zacapu entonces mi papá sabiamente me dijo: no te puedes ir a los catorce años de aquí, espérate a hacer la prepa y después los estudios a nivel licenciatura”.

Posteriormente, surgió otra posibilidad profesional: “Ya después en la prepa un maestro nos dijo que el futuro está en el mar, entonces hubo un momento que quise ser bióloga marina”. Pero prevaleció su inclinación original: “Al final decidí que si yo había querido ser médico lo iba a hacer y así fue la historia de cómo llegué a la medicina”.
Más allá de lo académico, su adolescencia incluyó una destacada participación deportiva: “Me gustaba mucho hacer deporte, entonces siempre jugué voleibol, estaba en la selección de Zacapu. Recuerdo con mucho cariño que íbamos a jugar a muchas partes del estado”.
La vida comunitaria de su pueblo también dejó huella: “La convivencia en las calles es un recuerdo muy bonito. Salía a jugar muchas cosas que ahora ya los niños no practican, andaba en bicicleta, participaban mis hermanos, mis amiguitos, mis primos, mi familia”.

Los vínculos familiares y las tradiciones locales forman parte esencial de sus recuerdos: “Mis abuelos tenían vacas también, siempre tengo en la mente que tomábamos leche, comíamos queso, tortillas. Y recuerdo la icónica Laguna de Zacapu, porque es la única que hay dentro de un pueblo, y vivíamos a unas cuadras de ella. Este lugar todo mundo debe visitarlo”.
Como estudiante, la Doctora Chávez Galleos muestra un perfil consistentemente aplicado: “Creo que siempre fui buena estudiante, nunca me costó trabajo la escuela. Pero no era tan segura. O sea, creo que esa parte de mí faltaba, como que se dio más ya en la universidad”.
Sus intereses extracurriculares incluían “Participar como en bailables, en un poquito de poesía y el deporte no se diga”.

La decisión final de estudiar medicina surgió en un contexto familiar sin antecedentes médicos: “De hecho hay una anécdota justamente de estudiar medicina porque nadie de mi familia es médico hasta la fecha, sólo yo. Mis papás y tíos son maestros”.
Cuando retomó su interés original por la medicina, su padre expresó preocupaciones prácticas: “Hablé con mi papá nuevamente, le dije sabes que yo quiero estudiar medicina y mi papá pues él siempre fue como destacado en el magisterio y me dijo: Sabes que sí, que bueno que quieres estudiar medicina, pero creo que te iría mejor como maestra porque en el ámbito de medicina no conocemos a nadie. Y recuerdo muy bien que me dijo: y ahí se necesitan palancas para que te vaya bien en la carrera, ¿no?”.
Sin embargo, encontró apoyo en su madre: “Pero tenía la contraparte. Mi mamá me decía: No, no, no, sí tienes una palanca importante, la palanca de Dios y Dios te va a ayudar”.

Esta perspectiva finalmente prevaleció: “Hasta la fecha creo que el andar en el ramo de la medicina ha sido bueno, he tenido muy buenas experiencias y oportunidades. Todas gracias a Dios las he podido aprovechar”.
Su ingreso a la Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana fue inmediato después de la preparatoria. “Sí, luego, luego. A diferencia de como es actualmente. Entre en 1988, cuando la matrícula era sólo de mil estudiantes, pero de mi generación sólo concluimos 380”.
La transición a la vida universitaria representó un desafío significativo. “Fue complicado porque uno que viene de fuera se hace la pregunta: ¿Cómo es un estudiante de medicina? Y yo en primaria, secundaria y preparatoria fui muy apegada a mis papás, y ahora estaba sola, tenía que irme sola a la facultad, te asustas”.

Las dificultades logísticas se sumaban al desafío académico: “Porque viajaba de Zacapu a Morelia los domingos por la tarde, y en ese tiempo no había mucho transporte, entonces había que hacer filas largas para tomar el camión e irte parado.
El rendimiento académico también presentó un ajuste: “Como estudiante de medicina vinieron las incógnitas, pues estaba acostumbrada a sacar 10 de calificación en todo. Y aquí obtener un 7 era un gran logro. Y me preguntaba: ¿Por qué podemos bajar tanto de calificación?”
Silvia Chávez resuena su primer día de clase en la Facultad de Medicina: “Me acuerdo que se me hacía enorme la escuela. Tenía 17 años y entré a un salón enorme. Los maestros nos pedían que nos presentáramos, había compañeros más grandes y como que me daba miedo. Pero me fui adaptando y esos mismos acompañantes son en la actualidad mis mejores amigos”.

La exigencia de la carrera generó momentos de duda. “Me preguntaba, cómo es que tantos quieren estudiar medicina, si es tan difícil. No estás acostumbrado a estudiar, a leer mucho. Hasta se dificultaba cargar los libros. En el primer año fue cuando más dudé.
El punto de inflexión llegó con los años clínicos: “Los que más me gustaron, ya que empiezas a aprender medicina. En primer y segundo año son como las bases, lo básico: Fisiología, anatomía, embriología, como que no qué es lo que quieres hacer toda la vida. Y ya en el tercer año empieza la emoción, ves clínica, llegan pacientes, analizas una radiografía”.
El siguiente paso después de terminar medicina fue el internado, mismo que la oncóloga realizó en Guadalajara. “Éramos 100 internos y yo la única de Michoacán. Al segundo mes ya me quería regresar, deseaba que por los menos uno de mis compañeros estuviera ahí. Al final todo fue un gran aprendizaje y se hicieron grandes amistades, mismas que aún me encuentro al algún congreso nacional”.

Esta experiencia también amplió sus aspiraciones profesionales: “Gracias a tuve la idea de hacer una subespecialidad, en ese tiempo lo que uno aspiraba era hacer una especialidad, pero en ese hospital había en primer lugar el examen de residencia de ginecología y de pediatría. Quería ser pediatra, pero también Infectóloga”.
Su transición al ejercicio profesional fue inmediata después de la carrera. “Después del internado, hice el servicio social en Tingüindín, lugar de muchos recuerdos y donde tuve la oportunidad de hacer el examen para titulación. Y después presentar el examen para la especialidad en pediatría”.
Un giro inesperado redirigió su camino: “En ese tiempo el Hospital Infantil ofreció un curso de tutelar en Morelia. Entonces alguien me dijo métete aunque este año te toque pagar y el siguiente año vas a presentar el examen nacional para la especialidad”.

La doctora Silvia Chávez se quedó haciendo pediatría cuatro años en Morelia, después un año a Zacapu. Pero ella quería algo más, por lo que analizó que en Michoacán sólo había un oncólogo pediatra, parecía que nadie quería desarrollar ese papel, pero a ella la incentivó el doctor Primo Cruz.
La decisión de especializarse en oncología pediátrica surgió de esta necesidad concreta: “Cuando yo estuve en Zacapu dije no tengo que hacer algo más allá, yo quiero regresar a Morelia, quiero crecer como médico y le hablé al doctor Primo y le dije: ¿Oiga todavía quiere que alguien se vaya a hacer oncología? Me dijo sí, entonces me fui ese año y realicé el examen en el Hospital Infantil de México, lo pasé. Hice dos años y regresé al Hospital Infantil de Morelia”.
El origen de su atracción por la pediatría se remonta a su etapa de internado. “En el internado es cuando uno decide que realizará en un futuro. A mi me encantó, cuando fui interna en el en el Hospital Civil de Guadalajara, el servicio de infectología pediátrica”.

El total de años de estudio suma una dedicación considerable: “Son siete de la carrera, hice cuatro de pediatría y dos de oncología. Es decir, 13”
La doctora Silvia Chávez subraya que en la carrera de medicina la fue conociendo en el camino y una rama, la llevaba a la otra, nadie la orientaba y siguió el camino de lo que le gustaba. “Así llegué a la oncología pediátrica”.
Actualmente, su día normal en su vida refleja las múltiples dimensiones de su rol profesional y familiar: “Me levanto como 5:30 horas de la mañana. Pasó a dejar a mis hijas a la universidad, luego me voy al Hospital Infantil. Al ser la jefa de Oncología, llegó antes de las 8:00 horas, visito a los pacientes que están hospitalizados. “Me gusta hacer un poco lo que llamamos nosotros escoleta, que es preguntarle al médico en formación, porque tenemos residentes, sobre los pacientes. Doy consulta y platico con los familiares, por si tienen dudas”.

Después, detalla, asisto a la Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana porque imparto dos horas de clases de pediatría y oncología. “Por la noche, y si hay tiempo, acabo mi día con un poco de ejercicio”.
En sus tiempos libres, a Chávez Gallegos le gusta ver televisión, leer, escuchar audiolibros mientras corre y consultar sus redes sociales.
Además, en sus gustos personales está el coleccionar figuras de corazones, collares y aretes con estas figuras, más si son elaborados por artesanos michoacanos.

Al participar en la dinámica de “La llave mágica” del programa “Conexión”, Silvia Chávez señala que de tenerla a Michoacán le abriría la puerta de la equidad. “Michoacán ha progresado, vendrán muchas cosas buenas. Como profesionista, como mujer, como mamá de dos niñas, deseo que haya más equidad. Creo en el feminismo, pero me gusta más que la cosa sea equitativa tanto para hombres como mujeres, en eso se tiene que trabajar”.
La historia de la Doctora Silvia Chávez Gallegos trasciende el relato de una carrera médica exitosa para convertirse en un testimonio vivo de cómo la perseverancia, guiada por la vocación genuina, puede transformar no solo una vida individual sino un ámbito completo de la medicina en una región.

Desde las calles de Zacapu hasta las salas de oncología pediátrica, su trayectoria tejida con hilos de resiliencia, calidez humana y un compromiso inquebrantable con la vida de los niños, deja una reflexión profunda sobre el impacto que una sola persona puede generar cuando decide servir con pasión y propósito.
Para quienes deseen profundizar en el trabajo y los logros de la Doctora Chávez, su legado continúa escribiéndose cada día en el Hospital Infantil de Morelia, donde su labor no solo salva vidas, sino que siembra esperanza e inspira a las nuevas generaciones de médicos a ver en la oncología pediátrica no un campo de batalla, sino un espacio de milagros cotidianos y triunfos humanos.

