La Página
Por Asaid Castro/ACG
Morelia, Michoacán.-En el Día Mundial del Perro, la historia de Kitty se convierte en un reflejo de lo que muchas veces no vemos: la esperanza que florece cuando alguien decide abrirle la puerta de su casa —y de su corazón— a un ser que antes no tenía nada.
Kitty fue rescatada hace tres meses por GHAPAD, un grupo de rescatistas de animales en Morelia. En ese momento desconfiaba de todo. Era una perrita temerosa, herida no tanto por el cuerpo, sino por la indiferencia con la que alguien decidió dejarla atrás.
Había dejado de esperar. Pero entonces llegó Meli, la adoptó hace un mes. Dice que desde entonces, su vida ha cambiado. Que Kitty no es solo una mascota. Es su hija. “La amo como si fuera mi hija. Le doy todo lo que puedo: su comidita especial, su ropita para cuando hace frío, para cuando salimos. Es parte de mi familia.” Y cuando lo dice, no hay duda de que lo siente.
En este país, donde miles de perros vagan cada día sin un plato ni un nombre, el amor de Meli por Kitty no es solo un acto tierno, sino profundamente humano. Habla de una forma distinta de relacionarnos con el mundo. Una donde el cuidado y el cariño se extienden más allá de lo que consideramos “nuestro”.
Kitty ya no desconfía. Mira con ojos brillantes, se deja abrazar, corre cuando escucha su nombre. Vive en un departamento lleno de juguetes, con una cama suavecita que Meli le preparó con esmero. Y en cada paso, se nota que por fin se siente en casa.
Hoy, que es Día Mundial del Perro, la historia de Kitty recuerda que hay perros allá afuera que todavía esperan. Y que hace falta más gente como Meli: personas dispuestas a adoptar, a cuidar, a llamar “hija” a quien antes nadie quiso.
Porque Kitty ya no espera, ya no teme. Tiene nombre, tiene cama, tiene voz. Y alguien que, sin pensarlo, dice con firmeza: “Ella es mi familia”.
