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“La niña de la Calzada” Por Paco López Mejía

LA NIÑA DE LA CALZADA

Al salir de la Escuela Secundaria Federal número 1, en donde estudiaba el último grado en el turno vespertino, Agustín, aquel adolescente larguirucho y alegre, se reunía con los compañeros y compañeras con quienes todas las noches se dirigían a sus respectivos domicilios…

Era un grupo alegre como todos los de amigos adolescentes, que a lo largo del trayecto iba despidiendo entre risas y bromas a los que se acercaban a su casa y tomaban otro camino y, así, al final, sólo quedaban Agustín y Juan, ya que ambos eran vecinos y vivían por el rumbo de San José… Agustín tenía menos de un año de vivir en ese barrio tan querido por los morelianos, de tal manera que tenía relativamente poco tiempo de realizar aquel recorrido con varios de sus amigos y amigas, de los cuales algunos se despedían cerca del Monumento Ecuestre al Generalísimo Don José María Morelos y Pavón y, tres o cuatro seguían entre juegos y risas cruzando la plaza hasta llegar a la Calzada… Esa Calzada pétrea… tan romántica… tan larga… oscura y… tenebr…

Agustín callaba en su mente el último calificativo…

En muchas ocasiones, el grupo de escolapios se quedaba jugando o simplemente charlando y haciendo bromas en el hermoso Jardín… después, se despedía algún otro amigo y cuatro o cinco, se encaminaban a la Calzada, entre ellos Alicia que vivía por las cercanías de San Juan, y ocasionalmente otra chica que vivía en las proximidades del Callejón del Romance.

Al iniciar el recorrido con dirección a Villalongín, frecuentemente Agustín sentía un nudo en la garganta, un ligero temor que recorría su alto y delgado cuerpo, pero las risas, las bromas de sus amigos y amigas, lo traían de vuelta a la realidad… a darse cuenta de que ahí… no había nada… nada qué temer… La Calzada a esa hora, se veía prácticamente desierta… como un túnel formado por las ramas de los añosos fresnos y a cuyo final se adivinaba la luz de la Avenida Madero y de la fuente que era popularmente llamada “El Huarache de las normalistas”…

En algunas noches, al entrar a la Calzada, el grupo de amigos alcanzó a distinguir bajo la tenue luz que lograba traspasar las verdes frondas, a una niña tal vez de seis o siete años que correteaba en la Calzada y de pronto salía hacia la derecha… posiblemente cerca del Colegio Motolinía… o un poco antes… a la altura del Sanatorio… En alguna ocasión alcanzaron a percibir como llevados por el viento que jugaba como un duende con las ramas de los árboles, las risas y gritos infantiles de la pequeña cuya silueta se veía ataviada con un vestido amplio de esos que habían sido usados varios años atrás, pero que por temporadas se ponían de moda entre las chiquillas… enseguida se veía a un señor que a la distancia se apreciaba alto, con sombrero al estilo de los 40’s, también ya pasado de moda, y que al parecer caminaba de prisa detrás de la niña…

En esas ocasiones, Agustín llegó a sentir un escalofrío recorriendo su espalda… pero, quizá por evitar burlas de sus amigos y por no quedar mal ante Alicia, la bonita y delicada compañerita que le gustaba, nunca dijo nada… nunca supo si alguien más lo sentía…

Lo cierto es que ninguno de los bulliciosos estudiantes podría precisar a dónde se habían metido la niña y el que parecía ser su papá…

Pues bien, cierta noche, Agustín salió de la escuela y se dispuso a esperar a sus amigos y amigas; aquel día, Juan no había asistido a clases… La tarde había estado nublada, pero a esa hora, aún no llovía… llegaron, dos, tres amigos y Alicia… Nadie más. Agustín sintió un nudo en la garganta, pero no el mismo de otras veces, pues sintió también como el aleteo de mariposas en el estómago: Los tres muchachos se despedían antes de llegar a la Calzada… caminaría ese vetusto medio kilómetro de piedra y un poco más, él sólo… ¡con Alicia…! Sabía de buena fuente que no le era indiferente… ¡Era su oportunidad…! ¡Se sentía nervioso… emocionado…! ¡Decidido…! ¡Esa noche “se aventaría”, como decían los muchachos…! Caminarían solos esa larga Calzada tan antigua… tan romántica… esa noche hasta ahí llegaron los calificativos en su mente…

Casi no bromeó durante el trayecto… sólo pensaba qué le diría a Alicia… una suave, muy suave, casi imperceptible, muy moreliana llovizna empezó a caer cuando llegaban al Jardín del Héroe…

Todavía el pequeño grupo de adolescentes bromeó, platicó y rió un buen rato bajo el suave, muy suave “chipi chipi”… por fin, los otros tres muchachos se despidieron y Alicia con voz ligeramente temblorosa por la emoción le preguntó: -¿nos vamos juntos…?- ¡Como si no supiera que ambos seguían el mismo camino…!

Agustín reaccionó: -¡Claro, te acompaño hasta cerca de tu casa…!- ¡Como si tampoco él supiera que seguían el mismo camino…! ¡Cosas de la adolescencia…!

En fin, en silencio se encaminaron a la Calzada… dieron unos primeros pasos vacilantes sobre las ancianas baldosas ahora brillantes por la ligera llovizna, sentían los incipientes charcos bajo los pies, pero los dos trataban de caminar un poco más lento que en otras ocasiones, como si quisieran darse tiempo para hablar… él con los libros bajo el brazo, ella con sus libros tomados con las dos manos al frente, en aquella actitud tímida de las estudiantes de antaño… ambos con la vista baja, como si quisieran cerciorarse de no pisar una baldosa suelta… Casi al terminar la primera de las largas bancas de piedra, Agustín intentó aclarar la garganta… levantó la vista al mismo tiempo que lo hizo Alicia y allí… allí… a unos cuantos metros de distancia estaba la niña correteando como si no la mojara la moreliana llovizna… los dos jovencitos detuvieron un poco su andar… caminaron aún más lentamente… sin pronunciar palabra Alicia se acercó un poco a su amigo… a lo lejos la mortecina luz de la Avenida Madero… ¡Parecía traspasar a la chiquilla…! ¡Parecía como si su vestido fuera de gasa…! ¡Como si ella misma fuera de tul…! Un grito ahogado brotó de la garganta de Alicia y en eso la niña pareció correr hacia la salida que daba al Sanatorio Guadalupano ¡Y dejaron de verla…! ¡Como si se hubiera ocultado tras la banca de piedra…!

Alicia, en un gesto instintivo, tomó la mano de Agustín y casi lo jaló para apresurar el paso…

Al pasar frente a la separación de las bancas voltearon buscando a la niña y… ¡Nada…! ¡Nadie…!

Tal vez ambos, sin hablar, pensaron que la chiquilla habría traspuesto la reja del Sanatorio, el caso es que continuaron caminando lentamente tomados de la mano… en eso… ¡unas risas infantiles y…”plash, plash, plash…”! ¡Unos pasos apresurados a su espalda…!

Voltearon rápidamente y otra vez la chiquilla del traslucido y vaporoso vestido parecía correr, parecía deslizarse por la Calzada como si fuera a salir hacia el Sanatorio y, detrás de ella… ¡La silueta de aquel señor que habían visto de lejos en otras noches…! ¡Ahora sus pasos sobre las mojadas canteras se escuchaban claramente…! “¡Plash, plash, plash…”!

Lo tenían a unos metros de distancia… sus pasos claros, fuertes… Pero… ¡Imposibles…! ¡No se veían sus pies…! ¡La tenue luz que provenía de San Diego brillaba reflejada en las antiguas losas… bajo la silueta que “caminaba” tras la niña…!

Alicia gritó y los dos, tomados de la mano corrieron… corrieron… corrieron hacia la luz al final del arbóreo túnel… y detrás de ellos aquellos pasos imposibles… aquella risa de chiquilla… aquellos pasos apresurados de… unos pies… inexistentes…

Pasaron como exhalación por la casa de la Leyenda de la Mano de la Reja, se detuvieron ya bajo la luz poco antes de llegar al gran arco en el que inicia la Calzada tan hermosa… tan antigua… tan romántica… y en ese momento se percataron que ya no había pasos… que ya no había risas… que ya no había lluvia… que gruesas lágrimas resbalaban por las tersas y pálidas mejillas de la jovencita… y que… Agustín, tembloroso, la abrazaba suavemente, como tratando de infundirle un valor que él mismo no sentía…

Sobra decir que después de esto… con el pretexto de que ya eran novios, el larguirucho Agustín y su delicada Alicia, se despedían del alegre grupo en el Jardín Morelos, para irse caminando por la acera frente al Acueducto… pero nunca volvieron a caminar por la Calzada tan antigua… ¡tan romántica…!

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  • Paco López Mejía. Es abogado por la UNAM. Orgullosamente moreliano, apasionado de su ciudad, historia, misterios y leyendas. Le gusta poner en práctica la magia y la fotografía.

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