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“La viejita tejedora”. Por Paco López Mejía

Por PACO LÓPEZ MEJÍA

Otro de los sucesos que nos platicaba mi papá por las noches, después de cenar…

Como ya les platiqué anteriormente, en las postrimerías de los años treintas, Jesús recorrió gran parte de nuestro hermoso Estado a caballo, con el grado de subteniente del Ejército. También he comentado que su labor consistía en llegar, con un grupo de soldados, a los más recónditos y pequeños caseríos o centros ejidales para tomar fotografías de identificación de aquellos que tenían o pretendían tener derecho a una parcela ejidal. Llevaba consigo, como implementos de trabajo, una cámara de aquella época, grande y estorbosa y la cantidad de placas y portaplacas necesarios para su labor.

En algunos lugares algún vecino les facilitaba a los oficiales un cuarto o un granero en donde alojarse y proteger el imprescindible equipo fotográfico, mientras en las cercanías, los soldados levantaban un campamento con un precario cobertizo para los caballos.

Pues bien, ya había pasado cierto tiempo de aquel espeluznante suceso que platiqué anteriormente… El grupo castrense había llegado a un risueño caserío por el rumbo de Apatzingán… Las casitas prácticamente aisladas unas de otras, pero siempre comunicadas por pequeñas veredas hechas por el paso del tiempo y los pasos, día tras día, de los lugareños…

En una de las casas más aisladas, Petrita, una amable señora dio alojamiento a los oficiales… Era una casa amplia, humilde y limpia que la anfitriona los llevó a recorrer para que los dos oficiales escogieran el cuarto que ocuparía cada uno… había varios cuartos distribuidos a los lados de un oscuro pasillo que, sin embargo, se veía suavemente iluminado por la luz que provenía de las ventanas abiertas de las dos habitaciones que ofreció a los oficiales y de otro cuya puerta y ventana también se encontraban abiertas y que era el de Petrita… había uno más, al fondo, que estaba cerrado; las puertas y “contraventanas”, de tablas, se veían viejas, pero limpias y resistentes…

En la parte de atrás de la casa había espacio suficiente para los soldados y los animales. Aquel rústico lugar serviría como centro de operaciones para la labor encomendada, pues se encontraba razonablemente comunicado con otros minúsculos poblados y caseríos, de tal manera que el grupo militar planeó quedarse ahí varios días. Los soldados irían cada día a algún pequeño caserío cercano, acompañando al fotógrafo para que cumpliera su encomienda. Las fotografías de los campesinos, obviamente, debían tomarse a la luz del día, de tal manera que al atardecer, el grupo regresaría en sus cabalgaduras a la humilde casita…

La tarde en que llegaron y se instalaron los oficiales en el alojamiento que les fue facilitado, únicamente vieron a la amable y sencilla campesina que ofreció su techo y, claro está, por la noche a la mortecina luz de algunas velas, un delicioso atole calientito con un pan de rancho horneado por ella misma… Petrita, con esa educación y humildad propia de las gentes del campo, les avisó que se retiraría a descansar e insistió en señalarles que podían disponer de la casa… Se escuchó el leve rechinido de una cansada puerta y enseguida otro más, al cerrarse la contraventana… tal vez tan cansada como su compañera de habitación…  

Mientras el militar de mayor rango salió a dar sus órdenes y a charlar un rato con sus subalternos, Jesús se dedicó a preparar lo necesario para la jornada del día siguiente; por fuera, se oían –tal vez acalladas por la presencia de su superior- las charlas y las risas de los soldados… a veces el ligero relincho de un caballo y el suave cantar de las ramas de los árboles mecidas por un tímido viento. Tranquilidad campirana… El fotógrafo terminó de preparar sus implementos y salió de la casa a fumar un cigarrillo bajo la esplendorosa luz de la luna que plateaba las hojas de los árboles cercanos… sólo se oía a un lado el “plic… plac… plic… plac…” de la gota de la destiladera que se encontraba junto a la puerta de entrada…

Al ver que no regresaba su superior, Jesús decidió entrar para ir a dormir, encendió una vela… y al dar un paso hacia adentro… ¡Un suave “crashh” a sus espaldas…! Volteó de inmediato y vio volcada frente a la puerta de la casa una pequeña silla de madera que no había visto antes… todavía a la luz de la luna se podía ver, como una nubecilla de plata, el polvo que levantó su caída… Extrañado se asomó un poco hacia afuera, pero no vio nada… Se encaminó a su cuarto tratando de no hacer ruido… con cuidado cerró la puerta que, desobediente, rechinó un poco… 

La jornada del día siguiente transcurrió como estaba previsto; por la tarde, mientras los soldados iban a dar aviso de la toma de fotografías a otro pequeño poblado, Jesús regresó en su caballo y se aproximó a la casita por el frente, a fin de descargar ahí mismo su equipo de trabajo… Sin embargo, ya muy cerca de la casa, el caballo empezó a mostrarse nervioso, receloso y a punto de encabritarse, con el riesgo de derribar al jinete y su preciado equipo. Jesús lo hizo retroceder un poco y el equino se calmó… nuevamente trató de avanzar y el animal mostró otra vez aquella inexplicable excitación, lo que hizo pensar al jinete que tal vez estuviera por ahí alguna serpiente… descendió de la cabalgadura y con las precauciones correspondientes avanzó escudriñando cada palmo de terreno… ¡Nada…!

Ahí no había nada que pudiera asustar al caballo… Jesús levantó la vista para examinar el breve tramo hasta la casa y no vio nada extraño… En el frente de la casita, en aquella pequeña silla, una dulce ancianita tejiendo… No la había visto el día anterior… seguramente ya estaría durmiendo… Le llamó la atención el colorido de la prenda que tejía…

Regresó por el caballo y trató de llevarlo por la rienda, pero el animal se negó y a punto estuvo de tirar el equipo fotográfico, por lo que Jesús optó por amarrar la rienda a un pequeño arbusto y descargar su bagaje laboral. Con él al hombro, se encaminó a la casa… La viejita, encorvada, entregada a su tejido, levantó la cara surcada por las huellas de los años… una cara morena, pero con una extraña palidez, del color de la cera… Jesús sintió un escalofrío que recorrió su espalda… La viejita “lo veía sin verlo…” Como si lo traspasara con la mirada… con aquellos ojos sin brillo… sin luz…

Con voz que le sonó extrañamente temblorosa, Jesús saludó: –Buenas tardes…-

Solo una mueca que pretendía ser una sonrisa obtuvo como respuesta… Jesús sintió cómo se le erizaban los cabellos en la nuca… cómo un sudor frío recorría su cuerpo…

La ancianita volvió a encorvarse sobre el tejido…

El fotógrafo militar entró a la casa, saludó a la amable Petrita, y se dirigió al cuartito que le había sido asignado… Todavía penetraba bastante luz del ya casi agonizante sol…

Cuando salió para llevar al caballo y entregarlo a uno de los soldados, ya no estaba la viejita, ni la silla…

Al día siguiente, otro caserío cercano fue visitado y por la tarde Jesús se aproximó nuevamente por el frente de la casa, y otra vez, el noble animal se negó a llevarlo hasta la puerta… Jesús descendió, revisó el camino sin encontrar nada extraño… Al frente de la casa, aquella viejita entregada al tejido de la colorida prenda… Aquél sudor frío recorrió una vez más la espalda del Subteniente… Ante la pertinaz negativa del caballo, otra vez lo ató al arbusto y cargó con su equipo de trabajo… Nuevamente el saludo extrañamente tembloroso… aquél silencio… aquella tez cetrina surcada por el tiempo… aquellos ojos sin luz, sin brillo, que “veían sin ver…” Aquella pretendida y lúgubre sonrisa, y aquél encorvarse sobre el multicolor tejido…

Aún con el frío sudor recorriendo su delgado cuerpo, dominó a Jesús su espíritu artístico… -“Si me sobra una placa, antes de irnos le voy a tomar una fotografía…” –Pensó…

La historia se repitió dos o tres días más…

El penúltimo día de la estadía del grupo militar en aquel caserío, Jesús regresaba a la casa y ya se preparaba para descender de la cabalgadura en el lugar acostumbrado, un poco retirado de la casa, cuando extrañamente, el equino continuó su camino sin ningún signo de resistencia… Aquello, instintivamente, sin saber porqué, hizo que el jinete volteara hacia el frente de la casita… ¡Y no había nadie…! ¡No estaba la viejita tejedora…!

-Y ahora que le quería tomar una fotografía…- Pensó…

Por la noche, al calor de un rico café de olla, mientras platicaban a la luz de las velas, con el otro oficial y con la amable dueña de la casa, Jesús pensó que al día siguiente, antes de despedirse, podría tomar la anhelada fotografía, y no comentó nada al respecto, aunque le extrañó no haber visto a la ancianita dentro de la humilde vivienda…

Al día siguiente, después de una modesta pero deliciosa comida que la dueña de la casa les preparó como despedida, Jesús salió con la esperanza de ver a la viejita tejedora y tomarle una fotografía… ¡Nada…! ¡No estaba…!

Frustrado, regresó al interior de la casa y le preguntó a Petrita por la viejita que tejía al frente de la casa…

-¿Usted también la vio…?- Contestó la campesina con una triste sonrisa -¡Venga para acá…!

Llevó a Jesús al cuartito al fondo de la vivienda, abrió la puerta más quejumbrosa que las otras y entraron a una pequeña habitación bastante iluminada por los rayos del sol…

Las manos ásperas de la campesina, temblorosas, sacaron de un viejo baúl una bolsita de tela… de ahí, sacó una prenda tejida, multicolor, notoriamente sin acabar… -¿Esto es lo que estaba tejiendo…?- Preguntó…

-Sí, me llamó la atención el colorido y quiero…- Jesús no terminó lo que iba a decir…

Con los ojos enrojecidos por las lágrimas que pugnaban por salir, aquella amable señora le dijo con voz entrecortada: -¡Usted también la vio…! ¡Era mi mamá…! ¡Falleció hace más de un año… Esto es lo que estaba tejiendo cuando murió…!

¡Ya se imaginarán la cara de mi papá…! Y el susto de todos nosotros cuando se paraba de su silla y decía: “¡El último que se vaya… apaga la luz…!”

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*Paco López Mejía. Es abogado por la UNAM. Orgullosamente moreliano, apasionado de su ciudad, historia, misterios y leyendas. Le gusta poner en práctica la magia y la fotografía.

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