Por IGNACIO HURTADO GÓMEZ *
En otro momento se hacía referencia a la necesidad de nuestro tiempo de repensar lo político de las sociedades contemporáneas como la nuestra, por lo que a partir de ello, la existencia de liderazgos democráticos no es un tema sin importancia.
Como punto de partida, y en línea con algunas otras reflexiones que se han plasmado a lo largo de estas colaboraciones, bien se podrían compartir ciertas consideraciones iniciales de Alexandre Dorna cuando afirma que ante sociedades potencialmente carismáticas –en mucho tal vez influenciadas por los medios de comunicación–, los escenarios de zozobra y la decepción de las ideologías hace necesario replantearnos el tema de los liderazgos carismáticos.
Particularmente en ámbitos en donde la falta de certidumbre en el futuro, así como el malestar cotidiano y la ausencia de proyectos comunes pueden generar desilusión social.
A eso habría que aumentar ambigüedades y desencantos institucionales, y una clase política que en su mayoría se muestra incapaz de responder y resolver estas crisis que al final del camino van mermando la legitimidad democrática.
Como se puede ver a primera vista, no se trata de un tema menor en los tiempos que respiramos, sobre todo si asumimos que cuando hablamos de liderazgos, implícitamente habremos de tener presentes otros conceptos como el de mérito, sumisión, orden social, autoridad, esperanza, gobierno, y todo ello orientado hacia la obtención del bien común.
En ese sentido, como el propio Dorna identifica, existen diferentes tipos de liderazgos, desde los mesiánicos, hasta los totalitarios, populistas, llegando a los republicanos. Y es evidente que, el que en todo caso nos interesa, es éste último en razón de su cercana relación con la propia democracia.
En todo caso, sobre lo que aquí se pretende deliberar tiene que ver con esa “percepción” muy propia –y tal vez compartida por alguien más– en cuanto a la necesidad de construir y fortalecer liderazgos carismáticos y democráticos en escenarios en donde la política va en retirada frente a otros factores como los económicos, en donde los ciudadanos han perdido interés sobre la cosa pública (propiciado en parte por las prácticas cuestionadas de la clase política), y en donde la escena política esta desabrigada en buena parte por los valores de libertad y democracia.
Tal vez no sea sencillo, pero es tiempo de líderes que inspiren al ser colectivo hacia la realización de proyectos comunes, que consideren a los desprotegidos, que estimulen nuevas formas y valores sociales, y representen un proyecto colectivo. Tal vez requiramos líderes que gobiernen y no tanto que administren.
Sin pretender adentrarme en vericuetos, reconozco liderazgos, pero también encuentro espacios cuestionados, virilizados, deslegitimados –y los vacíos se llenan–; reconozco carismas, pero también déficits de bien común y de democracia; encuentro esfuerzos importantes, pero cierta ausencia de contenidos.
En fin, percibo que algo no está completo, o al menos no como debería estarlo en términos de un régimen efectivo de democracia y de derechos humanos.
Y es partir de todo lo anterior, que surge la pregunta obligada: ¿hasta dónde como sociedad podemos hablar de un replanteamiento de lo político, sin la necesidad de refundar en una buena parte al personal político? Al tiempo.
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- Ignacio Hurtado Gómez. Es egresado de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Ha sido asesor del IFE (ahora INE) y actualmente es magistrado del Tribunal Electoral del Estado de Michoacán.
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