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OPINIÓN. “Dostoievsky”.  Por Leopoldo González

Por LEOPOLDO GONZÁLEZ*

Dostoievsky es quizá el más original de los escritores rusos, porque amaba con singular pasión lo que tenía que decir al mundo, y el mundo -en correspondencia- terminó amando con ardiente entrega lo que Dostoievsky tenía que decirle, y le dijo a lo largo de su obra.

Quizás en Dostoievsky se verifica, mejor que en nadie, la idea de que no es el escritor el que elige sus temas, sino que son los temas los que lo eligen a él; o incluso esta otra, de una manufactura estética superior: la idea de que no es el autor el que escribe, sino que es su voz interior (el médium, el ánima, el duende) la que escribe a través de él.

El escritor nace y se hace, con mucha frecuencia en forjas y caminos que para él mismo resultan insospechados.

La soledad, en el caso del escritor, es un derrumbarse hacia dentro; es un caer de la piel al alma sin paracaídas ni amortiguadores, para que sea el impacto de la caída lo que haga aflorar y revele al artista o escritor.

Muy joven ingresó en la Academia de Ingenieros Militares de San Petersburgo, de la cual egresó a los veinte años con el grado de subteniente. Tres años más tarde, en 1844, tras la muerte de su padre, Dostoievsky atiende el imperioso llamado nocturno de la sangre y se dedica a lo que iba a ser su verdadera vocación: ser escritor.

En 1845 termina su primera novela, que habrá de publicarse un año más tarde: La pobre gente, que despertó en los críticos de su país un interés excepcional, quizás más como promesa que como obra de una gran perfección formal.

Dostoievsky ingresa al círculo intelectual de Miguel Butachevich Petrachevski, hombre instruido y buen abogado, en cuyas reuniones se hablaba de literatura, se discutían temas políticos de actualidad y se hacía crítica del régimen zarista; esto colocó a muchos de sus integrantes bajo la lupa de la policía zarista, pues de ahí podía surgir el primer brote de una eventual acción revolucionaria, en momentos en que las monarquías mordían el polvo en toda Europa.

Dostoievsky, a raíz de una acusación previa y además por pertenecer al círculo de Petrachevski, fue acusado de conspirar contra el zar Nicolás I y condenado al cadalso, del cual sólo pudo librarse mediante la conmutación de la pena: fue enviado, por cuatro largos años, al centro penitenciario de Omsk, en Siberia, acusado de conspirar para derrocar al régimen zarista.

Si la afinada sensibilidad narrativa de Dostoievsky se había hecho patente en varias novelas y en cuentos que publicó entre 1845 y 1849, en el penal de Omsk acabaría por tomar forma la mirada clínica del escritor, el rudo conocimiento de la condición humana y la maestría narrativa que hicieron de él un psicólogo y conocedor profundo del alma rusa.

Sólo un hombre con el realismo demoledor y la atormentada lucidez de Dostoievsky, pudo haber escrito la novela en la que se reconocen los espectros, los demonios, los fantasmas y el ser fragmentado que pueblan los episodios del volumen escrito por Dostoievsky en Omsk: La casa de Stepanchikovo.

Además de abrevar en la profunda tradición espiritual rusa, lo que afianzó la resiliencia personal del Fiódor Mijáilovich Dostoievsky y lo templó para sobrellevar la cadena de experiencias límite que fue su vida, fue la tesis existencial que dejó escrita en una de sus novelas: “El secreto de la existencia humana no sólo está en vivir, sino también en saber para qué se vive”.

Yo leí esta novela en los ochenta, bajo el título El sepulcro de los vivos, en una edición española de mediados del siglo XX. De aquella lectura, entresaco ahora dos subrayados míos: “En la prisión hay tiempo de sobra para aprender la virtud de la paciencia”; y este otro: “Sí, el hombre tiene la vida bien atornillada al cuerpo: es un ser que se habitúa a todo: creo que esta es su mejor definición”.

Aunque la novela, en su primera edición, tuvo como título Narraciones de la casa de los muertos, bajo el cual fue conocida en la rusia zarista del siglo XIX, años después fue editada con el nombre de Recuerdos de la casa de los muertos, para acabar siendo conocida con el título que ostenta actualmente: La casa de los muertos.

La vida y la obra de Dostoievsky asombran y son increíbles por muchos motivos; entre otros, porque la piel de la desdicha fue su más fiel compañera en todos los giros de su reloj existencial: por su padre, un cirujano militar retirado venido de Ucrania; por su esposa, que después de años de “jodidez” monetaria y existencial murió de tisis; y por él mismo, que conoció la radical rudeza de la vida en todos los sentidos, Dostoievsky concentró en su persona todas las escalas del dolor y el sufrimiento, y es por eso, en toda su obra, el más acabado ejemplo de tenacidad y perseverancia que se conozca en la literatura. 

 Escribió Carlos Pujol, de la Universidad de Barcelona, un comentario que describe con maestría la oscura luminosidad que rige la obra del autor ruso: “Ese clima de raro sonambulismo, que va acompañado de una lucidez insoportable, mientras se entablan febriles coloquios que participan de lo sórdido y lo sublime, es la gran fuerza de Dostoievsky, la singularidad de su genio”.

Pisapapeles

Hay épocas en las que la fuerza de una literatura descansa en uno o algunos de sus autores más lúcidos y profundos: la época de Dostoievsky es una de ellas.

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*LEOPOLDO GONZÁLEZ. Es abogado. Consultor jurídico y político. Asesor Parlamentario y de Gobierno. Ensayista, narrador y poeta. Autor, coordinador y compilador de nueve libros de ensayo y poesía. Profesor de Ciencia Política comparada en el Instituto de Administración Pública del Estado de Michoacán (IAPMI). Analista político y en temas de economía y finanzas públicas. Director de la revista Letra Franca 2012-2019.

Correo para una comunicación directa: leglezquin@yahoo.com

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