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OPINIÓN. “La paradoja de lo mediático: Protesta, conservadurismo y la captura política de las juventudes”. Por María Isabel Rodríguez Martínez

Por MARÍA ISABEL RODRÍGUEZ MARTÍNEZ*

En México, las recientes marchas juveniles por la paz han dejado al descubierto un trasfondo social profundo: no se trata solo de una protesta, sino de la expresión de un descontento que algunos sectores políticos y mediáticos buscan interpretar, manipular y, en ocasiones, capitalizar.

Presenciar manifestaciones que claman por paz y justicia mientras se ven envueltas en episodios de violencia es doloroso, no solo por la contradicción moral que esto representa, sino por la maquinaria simbólica que se activa para transformar un reclamo legítimo en espectáculo o recurso político.

 En el escenario contemporáneo, donde lo mediático no solo registra la realidad sino que la fábrica, el conflicto social se convierte en materia prima para la lucha ideológica.

En esta intersección, diversos actores —especialmente aquellos identificados con posturas conservadoras— suelen disputar con intensidad la interpretación de los hechos, convirtiendo el descontento juvenil en un recurso discursivo disponible.

Pierre Bourdieu recordaba que la lucha política es, ante todo, una lucha por definir lo que está ocurriendo. En el caso mexicano, numerosos observadores han señalado que ciertos discursos tienden a descontextualizar las protestas juveniles reduciéndolas a desorden o ingenuidad manipulada; a re-simbolizarlas como evidencia de crisis moral o fracaso generacional; o a apropiarse moralmente del conflicto presentándose como defensores del orden. Estas lecturas circulan con facilidad en plataformas mediáticas de alto alcance, donde la emotividad y el escándalo suelen imponerse sobre el análisis sociopolítico.

Jean Baudrillard advertía que, en la era de la hiperrealidad, las imágenes sustituyen a los hechos. Las marchas por la paz no escapan a ese fenómeno: fragmentos de confrontaciones, consignas aisladas o la presencia de pequeños grupos radicalizados terminan eclipsando las motivaciones profundas de quienes marchan. Al apoyarse en estas imágenes, algunos comentaristas construyen narrativas alarmistas que refuerzan la idea de un país al borde del colapso y que atribuyen al malestar juvenil un papel desestabilizador más que un reclamo legítimo.

Susan Sontag también alertó sobre la estetización del sufrimiento. Cuando la cobertura se concentra en el dramatismo visual, los jóvenes dejan de aparecer como sujetos políticos con demandas complejas y pasan a ser figuras simbólicas: víctimas absolutas, amenazas latentes o piezas dentro de una batalla ideológica.

Antonio Gramsci sostenía que quien controla el sentido común controla la política. De ahí que estas protestas se conviertan en territorio de disputa simbólica. La narrativa dominante puede presentar el reclamo juvenil como decadencia antes que como exigencia de justicia.

En esa distorsión mediática y política se encuentra, quizá, la herida más profunda: que la esperanza juvenil sea usada como insumo narrativo antes que como llamada urgente a transformar la realidad.

Lo más preocupante, al final, no es solo ver una protesta violenta que clama por paz.

Lo verdaderamente preocupante, es observar cómo la derecha y el conservadurismo —como corrientes históricas— convierten esa contradicción en un recurso de poder simbólico, aprovechando el conflicto para fortalecer sus agendas y relegando las verdaderas causas sociales al silencio.

La violencia se vuelve espectáculo.

Los jóvenes, utilería.

La causa social, combustible para la politiquería.

Y lo mediático, que debería iluminar, se convierte en la maquinaria más eficaz para oscurecer.

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* María Isabel Rodríguez Martínez. Es licenciada en Historia por la UMSNH, cursó el posgrado de maestría en el instituto de Investigaciones Históricas (IIH) de la misma institución.  Su línea de investigación se desarrolla en torno a la historia Intelectual y cultural de América Latina del siglo XX; y Pensamiento Hispanoamericano. Ha desarrollado diversas estancias de Investigación entre las que destacan la Institución cultural Casa de las Américas la Habana, Cuba, junto al escritor cubano Roberto Fernández Retamar; La Universidad Complutense de Madrid y La Universidad Autónoma de Barcelona, esta vez junto al profesor Manuel Aznar Soler (especialista en literatura española del exilio). Ha publicado diversos artículos en revistas de filosofía de la UMSNH Y UNAM.